VICENTE PALAO
El sistema se está agotando. Puede que le pase como a cualquier organismo unicelular, o como a un organismo más complejo cual puede ser el entramado de tejidos que es nuestro propio cuerpo humano. Llega un momento en que envejece y muere. Es una inexorable ley que no parece tener recambio ni cuestionamiento. Se acepta y ya está. Bueno, hay quien pretende que renacemos de nuestras cenizas literalmente en otro mundo, pero nadie lo ha certificado hasta hoy, más allá de visionarios iluminados. Con el sistema de producción que nos hemos dado (se llama “capitalismo”) parece que pasa algo similar. Seguramente se comporta como el organismo más o menos complejo que decíamos antes. Así de simple: colapsa y finiquita.
Superada la sociedad feudal y las odiosas servidumbres de la gleba, hace un par de siglos los propietarios de tierras aún iban, o delegaban en personal de confianza para ello, por las mañanas a la plaza del pueblo y daban la voz “hoy se necesitan a 12, a 13, a 14…” y sumisos, los doce afortunados ganaban ese día su exiguo salario para comer y poco más, él y su prole con suerte. Mi padre lo hizo, tal vez el suyo también. Y si no había suerte, siempre quedaba el recurso de carretera y manta para buscar el sustento en Tierra Baja. Parece que el panorama quiere volver a esos inicios del complejo tejido de relaciones laborales entre quien tiene bienes, o tierras o empresas (y supuestamente da trabajo) y quien solo tiene su fuerza de trabajo para ganarse el pan (que es quien en realidad produce). Ya lo decía la vieja copla proletaria que Fina nos cantaba, de jóvenes: “Estamos hasta los huevos / de tomar la sopa boba / Es una verdad de arroba / que el que trabaja produce / y de eso se deduce / que el que no trabaja roba”. Llamémosle por su nombre, pues.
Mucho ha llovido desde entonces, y mucho han cambiado las relaciones laborales de las que hablamos, pero básicamente el círculo parece cerrarse y algunos han conseguido que todo un siglo y algo más de esfuerzos por mejorar las condiciones de vida de la generalidad de productores (obreros) en este país se vaya literalmente a la porra, y así veamos ahora a nuestros amigos e hijos requerir trabajo en la ETT de turno (que ha sustituido a la plaza del pueblo) por una miseria de sueldo igual que hace cien años hicieran nuestros abuelos, o padres, o bisabuelos. Eso, por no certificar la defunción de un sistema que claramente no puede, ni seguramente quiere, que se mantenga un estado de bienestar para todos tan duramente conseguido –seguramente les basta con el suyo propio-; muy especialmente en estos lares, donde además arrastrábamos el hándicap de una economía que estuvo 40 años basada en unas relaciones de padre-patrone más propias del fascismo anacrónico que gobernó con palo y tentetieso y el beneplácito eclesial, (y que por cierto nunca pidió perdón por ello, ni tan siquiera deja a día de hoy que se honre a las víctimas que sacrificó y que yacen impúdicamente amontonadas en las cunetas de media España).
Es cierto, los tiempos están cambiando, pero no podemos verlo con el sesgo positivo que aquel cantante americano de voz estrangulada y nasal nos anunciaba allá por los años 60. No. Ahora el cambio es para volver al pasado. A un pasado que a los que están debajo en la pirámide social, no puede gustarle. Ni creen ya que haya que aceptar con los simples argumentos que los poderosos les escupen a la cara como una imposición del Sistema -Merkel-Sarkozy dixit-, o sus propios gobernantes les ordenan por decreto cuando pueden hacerlo, avalados por un triunfo en las urnas de una democracia incompleta y baja calidad, cual es la nuestra, como a diario se demuestra.
También parece cierto que los desmanes que a nivel mundial se han perpetrado por las grandes financieras en nombre de la libertad de mercado (y de engaño y de riesgo) y en busca del lucro rápido, se han visto agravadas en este país por la picaresca típica de los que se creían avalados por el voto de cualquier signo para despilfarrar el dinero público en megalómanos proyectos para mayor gloria de sus personas o sus fortunas engañando y poniendo en peligro en el corto plazo el bienestar común de la mayoría, como se ha demostrado. Esto es la crisis en sus dos vertientes pública y privada. Una especie de cloaca donde algunos ponen los detritus que otros han de achicar con el agua que necesitan para vivir decentemente, a fin, –nos dicen algunos- de que no termine oliendo demasiado mal la cosa.
En medio de todo ello está la calidad de vida de los menos favorecidos que cae como de un tobogán sin freno y que nos puede llevar a escenarios inimaginables si no se le pone freno a tiempo. En concreto, están en juego desde hace años -además de la estabilidad laboral, que es la base del mantenimiento del status quo y que fue la primera en deslizarse-, bienes tan preciados como la educación universal pública de calidad y la atención médica al ciudadano en las mismas condiciones, de calidad e igual para todos por solo citar dos aspectos irrenunciables en los que el pueblo no debiera consentir ni un paso atrás. Pero las últimas reformas de nuestros gobiernos no van desgraciadamente en ese sentido, sino todo lo contrario.
Los tímidos pasos que la ciudadanía ha dado con las movilizaciones hasta hoy (15-M, DRY, Mesas de Convergencia…) pueden y deben llegar a convertirse en una pesadilla para los gobernantes si no dan pasos claros en este sentido. Es decir, si no se rectifica el camino… Y además el descrédito político se hace aún más patente con sentencias exculpatorias como las de Valencia, que dejan a las claras la ineficacia, cuando no la connivencia, del poder judicial con los corruptos. Por no hablar de otras sentencias que en definitiva nos llevan a ser el hazmerreir del mundo “libre” por condenar al ostracismo al único juez que se atrevió a meterles mano a esta gente adinerada y soberbia.
Ciertamente, muchas cosas van mal en este país para la mayoría. Pero la crisis no es sólo económica, ni mucho menos, y personalmente temo que aprovechando estos vientos, se quiera aventar con tanta fuerza la cosecha que perdamos a un tiempo la paja y el trigo. Con ello, no hace falta decirlo, se perderá también el sacrificio de dos generaciones de españoles.
De la ciudadanía responsable depende que no sea así.
Vicente Palao