Por José Puche Forte
Hace tan sólo unos días, el 9 de junio, perdí a uno de mis amigos más queridos, con el que me he relacionado largo tiempo y al que apreciaba por su sabiduría y su gran humanidad. Son tantas las anécdotas y las conversaciones que a lo largo de los años mantuve con él, que es difícil recordarlas todas.
Pedro Ortega Bañón nació en el número 18 de la calle de Santa Bárbara el 16 de julio de 1928. Su padre, Ignacio, era peluquero y murió en 1934, cuando Pedro tenía tan sólo seis años. Su madre, Ramona, era ama de casa, como casi todas las mujeres de entonces. Al quedar viuda, tuvo que sacar adelante a Pedro y a su hermano Antonio, que era el menor. Fue una gran mujer a la que tuve la suerte de conocer.
Pedro tuvo una infancia difícil al quedar huérfano. Con ocho o nueve años entró a trabajar en el taller de carpintería de José Soriano, más conocido por “Pepe Clara”. Desde muy pequeño sintió inclinación por el dibujo y la escultura, modelando pequeñas figurillas de barro y madera, “santicos”, los llamaban sus vecinos. A principio de la década de los años cuarenta le concedieron una beca para estudiar en la Escuela de Artes y Oficios de Murcia. En los tres años que allí estuvo aprendió dibujo y a trabajar el barro, el yeso y también a tallar la madera.
Tuvo como profesores a José Planes, González Moreno y Sánchez Lozano.
Pudo haber seguido estudiando en Madrid como escultor, pero los tiempos eran duros y difíciles y volvió a Yecla para ayudar a su madre. Se colocó en el taller de Chinchilla y después con José Martínez Altabella, un tallista valenciano que se afincó en Yecla al que siempre llamó “mi Maestro”. También trabajó con Beltrán Puche.
A su regreso de la “mili”, comprobó que el oficio de tallista no era continuo, pues la talla se hacía por encargo, unos días se trabajaban muchas horas y otros no había faena. Trabajó en grupo con otros tallistas, algunos aprendieron de él y cuyo taller tuvo varios emplazamientos hasta que decidió montar su propio taller. Por aquellos años, (1951) se casó con Josefina Martínez Tomás, que le acompañó casi toda la vida. Después, con su hermano Antonio montaron la fábrica “Muebles Ortega”, que duraría hasta 1985.
El taller de Pedro, más que taller fue una escuela en donde aprendieron su oficio infinidad de tallistas, difícil es nombrarlos a todos, y en el que tuve la suerte de trabajar como tornero. Con el paso de los años, las nuevas técnicas han hecho desaparecer la artesanía. La talla, que entonces era un hervidero en Yecla es hoy un oficio en extinción, a punto de desaparecer.
Hay que resaltar que Pedro, junto a otros empresarios, fueron los iniciadores de la Feria del Mueble, que tanto empuje ha dado a la industria yeclana. Por aquellos años hasta llegó a realziar algunas carrozas para la Cabalgata de San Isidro.
Pero la verdadera vocación de Pedro, aparte del diseño del mueble y la talla, de los que aún se guardan bellos ejemplares, fue la escultura. Pedro siempre quiso ser escultor. En los años 1961 y 1962 participó en la Escuela Municipal “Cayetano de Mergelina”, junto con otros, enseñando modelado en barro, pasar trabajos a escayola y otra prácticas relacionadas con la escultura. Los que fuimos con él en el viejo edificio de las Escuelas Pías, aún recordamos con cariño aquella escuela y a su maestro. Fuimos muchos los que aprendimos de él.
Pedro siempre tuvo una gran habilidad para modelar el barro, así como para el dibujo y una gran maestría en el manejo de las gubias para tallar la madera. Vivía el trabajo que realizaba. De sus manos salieron bastantes obras, entre ellas un Niño Jesús que preside la Parroquia de su nombre. También realizó varios retratos a busto, entre ellos uno a don Mariano Yago, que está en el Parque municipal, también a su esposa, Fina, a don Manuel Maruenda y otros. Talló con ayuda de sus oficiales, cuatro capiteles deteriorados en la Basílica. Realizó las andas y la carroza de nuestra Patrona. En los desfiles de Semana Santa podemos apreciar la carroza de la Verónica, su Cruz Guía y los cetros y la carroza del Cristo de la Agonía. La mesa del altar de San José Obrero. Igualmente diseñó un manto para la Virgen del Castillo, que aún no ha sido bordado. Hablar de toda su obra con detalle nos ocuparía mucho espacio al igual que de las que proyectó y no llegó a acabar, pues era muy exigente con su trabajo, entre ellas la de la Verónica. Últimamente modelaban sus manos un bello rostro en barro de la Virgen del Castillo, trabajo que ha quedado sin concluir.
El 31 de marzo de 2007, los amigos y antiguos tallistas de su taller le rendimos un merecido homenaje en el que se montó una exposición en la Casa Municipal de Cultura, del 30 de marzo al 15 de abril, con parte de su obra y que, debido a su éxito, se prolongó una semana más. Pedro se merecía eso y mucho más. También se rotuló una calle con su nombre.
Como persona, Pedro era entrañable, gran conversador y amigo de todos los que le conocieron. Siempre sintió una predilección especial por el pintor Miguel Palao, que trabajó en su taller y del que le gustaba mucho hablar. Su trato era afable, tal vez un poco socarrón, pero sincero. Cuando el 14 de febrero del 2011 perdió a Fina, su esposa, su espíritu se derrumbó, para remediar el vacío trató de refugiarse en el arte, pero fue inútil. Poco a poco fue decayendo. De poco sirvió la compañía de los amigos que siempre tratamos de ayudarle. Hoy, sólo nos queda su agradable recuerdo y el orgullo de decir que Pedro era un gran hombre y un magnífico artista.