Por Juan Muñoz Gil
Así, en cascorras hemos tenido que permanecer para poder soportar el verano en este año porque nadie puede negar que fue muy distinto de los que nos precedieron, y forzosamente debe ser uno bastante viejo para haber conocido algo igual. Y en cascorras, ha sido el recurso de las gentes humildes y de una u otra manera todo bicho viviente, para poder disfrutar en las propias carnes alguna que otra brisa despistada que se ha aventurado aparecer por aquí. Yecla ha sido un horno en estos meses.
Cuando ojeamos fotografías antiguas podemos advertir que tanto mujeres como hombres todos cubrían sus cabezas con pañuelos, gorras, sombreros o boinas, porque suponía un desatino aparecer en público descubiertos. De ahí el dicho yeclano de ir en cascorras, aforismo que se prolongó hasta definir en el dialecto localista la desnudez total, aunque de una manera campechana como ha ocurrido siempre en toda jerga popular, y este verano ha sido una mayoría quienes para soportar los infiernos del mediodía o los agobiantes sofocos nocturnos, han deambulado en cascorras sin ningún rubor o sonrojo, ya fuese en la intimidad familiar y a veces también fuera de ella.
La degeneración lingüística en estos tiempos de desconcierto, ante los artilugios informáticos, virtuales, términos disparatados, educación decadente, etc. han ido desvirtuando este dicho tan yeclano por la irreverente vulgaridad de, “en pelotas”. Y hay que ver la diferencia que puede advertirse en la formación del lenguaje, porque el pueblo tiene una implicación importante en el enriquecimiento de las lenguas, y no es menos que poetas y escritores encargados éstos de revalidar lo que el común de la gente llana imagina, y es en esa espontaneidad, gracia, ocurrencia e improvisación, donde está la causante principal del enriquecimiento del habla, aunque si diferenciamos los dos modismos, “en cascorras” y “en pelotas”, nadie puede negar la elegancia del vocablo con que titulo este artículo en contraposición al otro simplón y bajirrastrero, desgraciadamente hoy ya tan arraigado en el habla popular.
Y volviendo al asunto del verano, que es de lo que pretendo articular, hay que reconocer que éste ha superado todas las expectativas, porque además del martirio del calor, con el asunto de la dichosa crisis se ha empeorado todavía más la situación al obligar a la mayoría de los trabajadores de nuestro pueblo, con una cifra tan alta en paro y otros muchos ante la duda de si su puesto de trabajo estará disponible cuando el verano acabe, de ser la causa que nos ha obligado a tratar de gastar lo imprescindible ante expectativas tan desmoralizadoras. Por ello, se ha ocasionado una diaria procesión hacia las casas de campo propias o de familiares y amigos, para expansionar y amortiguar con la camaradería y fraternidad, la lacra que tantos sufren. Verano éste complicado y difícil, ya que también se regodea de no haber dejado una gota de agua del cielo. Por si fuera poco, lo agrario, que viene a ser como el patito feo en el ámbito de la economía yeclana, con la persistente sequía y desconcierto, parece que el campo va a quedar exclusivamente como zona de recreo, y lo peor de todo es que a esos ficticios usuarios habrá que ir a buscarlos no se sabe dónde, como se hace con los presuntos clientes necesarios de cualquier negocio en ciernes, y ese es el problema. El dilema de Yecla, al igual que tantas empresas y su gente, ha vuelto de nuevo a quedarse en cascorras y a expensas de la imaginación de sus vecinos para salvar el recato de la desnudez. Y ahora que el verano está acabando, al menos eso es lo que parece, resulta que nos vemos obligados a seguir en cascorras, porque alguien espabilado nos quitó la ropa cuando nos desnudamos obligados por una canícula tan desconcertante. Así que el futuro no aparenta ser nada halagüeño. Pero alentémonos con un dicho esperanzador de Luther King “ Si yo supiera que el mundo se acababa mañana, todavía hoy plantaría un árbol”.