Por María del Carmen Calvo (Colaboración)
Como sabrás, celebramos nuevamente la fecha de mi cumpleaños. Todos los años se hace una gran fiesta en mi honor, y creo que este año sucederá lo mismo. En estos días la gente hace muchas compras, hay anuncios en la radio, en la televisión, y en todas partes no se habla de otra cosa que no sea lo poco que falta para que llegue el día. La verdad, es agradable saber que, al menos un día, varias personas piensan un poco en mí.
Como ya sabes, hace muchos años comenzaron a festejar mi cumpleaños. Al principio no todos parecían comprender y agradecer todo lo que hice por ellos, pero hoy en día casi nadie sabe para qué celebra. La gente se reúne y se divierte mucho, pero no sabe de qué se trata. Recuerdo el año pasado, al llegar el día de mi cumpleaños, hicieron una gran fiesta en mi honor, pero ¿sabes una cosa?, ni siquiera me invitaron. Yo era el festejado; y ni se acordaron de incluirme. La fiesta era para mí y cuando llegó mi gran día, me dejaron afuera, me cerraron la puerta… y yo quería compartir la mesa con ellos (Ap 3,20). La verdad, no me sorprendió, porque en los últimos años muchos me cierran las puertas. Como no me invitaron, quise de todos modos acompañarlos sin hacer ruido y me quedé en un rincón. Estaban todos brindando, algunos ebrios, contando chistes, riendo… lo estaban pasando en grande. Luego llegó un hombre gordo de barba blanca, vestido de rojo, gritando: "Ho, ho, ho", parecía que había bebido de más; se dejó caer pesadamente en un sillón y todos los niños corrieron hacia él diciendo: "Santa, Santa", como si la fiesta fuera en su honor. Llegaron las 12 de la noche y todos comenzaron a abrazarse; yo extendí mis brazos esperando que alguien me abrazara. Y, ¿sabes? nadie me tuvo en cuenta.
Tal vez creerás que yo nunca lloro, pero esa noche lloré; me sentí abandonado y olvidado. Me llegó muy hondo, pero al pasar por tu casa, me sorprendió escuchar villancicos. Tú y tu familia me invitasteis a pasar, además me tratasteis como a un rey. Tú y los tuyos realizasteis una verdadera fiesta en la que yo era el invitado de honor.
Quiero bendecir a todas las familias como la tuya. Yo jamás deja de estar con ellas ese día y todos los días. También me conmovió el belén que pusieron en un rincón de tu casa. ¿Sabías que hay países donde están prohibiendo poner nacimientos? ¡A dónde irá a parar el mundo!
Otra cosa que me asombra es que el día de mi cumpleaños, en vez de hacerme regalos a mí, se regalan unos a otros. ¿Qué sentirías si se hicieran regalos unos a otros y a ti no te regalaran nada? Una vez alguien me dijo: "¿Cómo te voy a regalar algo si nunca te veo?" Ya te imaginarás lo que le dije: "Dale comida, ropa y ayuda a los pobres y necesitados, visita a los enfermos y a los que están solos; cada vez que lo hagas con el más pequeño de tus hermanos, lo estás haciendo conmigo" (Mt 25, 34-40).
Recuerdo lo que sucedió a un anciano llamado Juan; en uno de mis cumpleaños anduvo de casa en casa pidiendo ayuda porque tenía hambre y no tenía familia. Tocó en muchas puertas sin que en ninguna lo atendieran; se dio por vencido al ver que ni siquiera esa noche iba a sentir el calor de un hogar. "¿Qué te pasa, Juan?" le pregunté. Él dijo: "Es que nadie me invitó a pasar". Yo me senté a su lado y le dije: "No te aflijas, a mí tampoco me han dejado entrar" Pero te voy a contar un secreto; como casi nadie me invita a la fiesta que hace, estoy pensando en hacer mi propia fiesta, (Is. 25, 6-10), algo grandioso como jamás te podrías imaginar, (Ap. 19,17) Una fiesta espectacular con grandes personalidades: Abraham, Moisés, el rey David y otros. Todavía estoy haciendo los últimos arreglos, por lo que quizás no sea este año. Estoy enviando muchas invitaciones (Ap. 3,20) y hoy, querido amigo, hay una invitación para ti. Solo quiero que me digas si quieres asistir, así te reservo un lugar, y escribiré tu nombre con letras de oro en mi gran libro de invitados. Prepárate, porque cuando todo esté listo, daré una gran sorpresa. Un abrazo.
Tu amigo del alma.
Jesús de Nazareth.