Por Jorge García Palomo
Ojalá pase pronto todo esto, nos decimos unos a otros. Mucho ánimo, salud, fuerza.
Ojalá volvamos a la normalidad… Porque si algo hemos aprendido en esta época convulsa es que la normalidad siempre fue extraordinaria. Que la vida iba en serio y uno lo empieza a comprender más tarde. Que éramos felices y no lo sabíamos.
Escribo desde Madrid, sobrellevando el confinamiento lo mejor posible. Como tú, como medio mundo… Inmersos todos en esta frenética distopía –un término que nos sonaba a ciencia ficción hasta ayer- que nos ha pillado a contrapie. Un revés existencial que cambiará irremediablemente nuestra forma de vivir y exigirá lo mejor de cada uno de nosotros como individuos y como sociedad. Y de esto sabe mucho Yecla, con tantos héroes anónimos creando esa enorme ola de solidaridad que ha llamado la atención de toda España. Lo mejor en el fragor de este drama: la gente generosa promoviendo acciones buenas por doquier. Infinitas gracias.
Quizá también, como reflexionaba Pepe Mujica en el programa de Jordi Évole, ha llegado el momento de “gastar tiempo en hablar con el que está dentro de ti” y “combatir el egoísmo que llevamos dentro”. Ahí queda.
Ahora voy con una historia personal. La última vez que viajamos Noemí (mi mujer), los niños y un servidor a Yecla fue durante el fin de semana que enlazaba febrero con marzo. Es decir, hace poco, pero hoy parece una eternidad. Y entonces ni imaginábamos que el coronavirus -valga la licencia- nos iba a robar el mes de abril, San Isidro y quién sabe si incluso, como en aquella otra canción, los días de verano. Hagámonos a la idea y, sin dudarlo, vayamos todos a una. Hasta el final.
Ojalá pronto volvamos a la normalidad…
La última vez que viajamos a Yecla, decía, disfrutamos de esos placeres cotidianos que ahora, cuando uno echa la vista atrás, se revalorizan todavía más. Aparte de las míticas francachelas en familia, esos días recorrimos y saboreamos parte de la Ruta del Vino y la Tapa, jugamos con los pequeñitos más locuelos en “el parque del avión gigante”, que es como ellos se refieren al Cespín, y vimos el partido Madrid-Barça en el Glamour. Esos días tomamos el primer helado de la temporada en La Ibense y cerveza con las amigas en el Aquarium, brindamos con los primos en el Siglo XXI y algunos –lo confieso- cerramos el Balmoral. Y llámame iluso, pero también hicimos planes para un futuro que, como la nostalgia, ya no es lo que era.
Esos días quedé con mi querida Carmen Buyolo en el Bulevar para organizar la presentación de su nuevo libro, Dímelo, un evento que –como todo lo demás- se ha anulado hasta nueva orden. Esos días, para no perder las buenas costumbres, charlé con mi admirado cómico David Domínguez sobre el poder del humor, un arte que, más que nunca y a pesar de los pesares, debería considerarse de primera necesidad. Esos días Noemí y yo entramos en las bodegas La Purísima con los amigos de la Federación de Peñas de San Isidro, las candidatas a Reinas y Damas y otros entusiastas de las acaso mejores fiestas del mundo. Nadie sospechaba que en mayo nos quedaríamos en casa para librar otra batalla, esta vez sin confeti.
Ay, esos días…Pero volverá la primavera y brindaremos para celebrar la vida.
Escribo esto cuando son casi las ocho de la tarde. Una hora icónica. La del aplauso colectivo que nos recuerda que la unión hace la fuerza. Gracias a todos.
Ojalá pronto podamos ir a Yecla de nuevo porque esa será la mejor señal. Y allí seguiremos sumando más y más momentos cotidianos. Y nos sentiremos felices todos juntos, de vuelta a la normalidad. Ojalá. Porque la normalidad siempre fue extraordinaria.