La gripe estacional es una de las enfermedades más temidas cuando llega el invierno. Desde que se descubriera el agente etiológico, en los años 30 de la pasada centuria, los investigadores han conseguido desarrollar vacunas que ayudan a combatir contra la infección. Sin embargo, el virus presenta una gran capacidad de mutación debido a su facilidad para recombinar su ADN con otras subfamilias, e incluso con otras cepas del mismo virus, lo que hace muy difícil para los científicos llegar a controlar y preveer este tipo de enfermedad.
Madrugada del 11 de noviembre de 1918. La firma del armisticio ponía fin a cuatro años de asedio humano y de sufrimiento en Europa. La Gran Guerra, más conocida ahora como la Primera Guerra Mundial, había llegado a su fin. Sin embargo, más allá de las trincheras y de las barricadas, una batalla silenciosa, contra un enemigo invisible, se estaba librando en el Continente desde la primavera del mismo año. Los soldados, pero también la población civil, estaban muriendo debido a una afección que era totalmente desconocida. Habría que esperar hasta la llegada del microscopio electrónico, en 1930, para descubrir que se trataba de un virus y que se transmitía por el aire.
Compañero letal de la humanidad
La pandemia actual nos refresca la memoria de la vulnerabilidad de nuestra especie. El virus de la gripe (Influenza) existe en la Faz de la Tierra seguramente desde mucho antes de lo que podamos imaginar. Por poner un ejemplo, existen registros sobre episodios similares en toda la historia de la humanidad desde que se tienen registros gráficos. En los Tratados Hipocráticos que datan del 412 antes de Nuestra Era se describen cuadros clínicos como los de la gripe. También se tiene constancia que desde el siglo XII se han registrado más de 300 epidemias.
Pero sin pretender viajar tan atrás en el tiempo, en 1889, en Rusia, incluso el Zar y su familia se vieron afectados por una serie de síntomas que señalan a Influenza como el responsable. Y es que las epidemias no entienden de clases sociales ni de ideologías. Actualmente se la conoce como la Gripe Rusa, la enfermedad se propagó desde San Petesburgo hacia el resto de Europa con una velocidad asombrosa y una gran virulencia; se la compara incluso con la del 18.
El virus de la mal llamada “Gripe española” campó a sus anchas por todo el continente arrasando por donde pasaba. Tanto, que incluso el número de muertos superó con gran diferencia a los que cayeron en la guerra. No existe un consenso cuantitativo de los decesos acaecidos por esta enfermedad, y las cifras bailan entre 20 y 30 millones de personas en un corto período de tiempo (otras fuentes hablan de muchas más); una cifra escalofriante si la comparamos con los, nada despreciable, 8 millones de defunciones por la guerra, aproximadamente.
El hecho de que se le diera el nombre de gripe española se debe a la situación bélica en la que se encontraba el resto de Europa. Era un condicionante a la hora de elaborar cualquier tipo de información periodística y España, que no participaba en la guerra, era el único país que relataba al detalle lo que estaba ocurriendo con la epidemia en su Nación. A día de hoy se tiene constancia de que el foco inicial de infección se encontraba en EEUU y que los desplazamientos humanos de la milicia y el desarrollo del comercio mercantil contribuyeron a la diseminación del virus de un continente a otro y hacia el resto del mundo.
Un virus peculiar y muy versátil
La peculiaridad de los virus pandémicos es que infectan durante los meses de verano, mientras que lo habitual es que lo hagan en los meses de frío: otoño e invierno. También llama la atención que los grupos de edad afectados, generalmente, son personas jóvenes y activas, y no únicamente a los grupos de riesgo establecidos para la gripe estacional (niños pequeños y personas mayores).
Los científicos se sienten verdaderamente asombrados de la capacidad de adaptación del virus a los humanos y de su gran habilidad de mutación. Esto lo consiguen por su facilidad para recombinar su ADN entre las diferentes subfamilias e incluso entre la misma cepa, lo que le permite burlar a nuestro sistema inmunitario. Por ejemplo el virus Influenza A, reconocido por la presencia de dos tipos de proteínas en la superficie de su cápsida (la cubierta externa del virus): hemaglutinina (H) y neuromidasa (N), presenta hasta 18 subtipos H y 11 subtipos N. Cada cepa es por tanto identificada como: H1N1, H3N1, etc., y es capaz de conjugar su material genético entre sí.
Según un informe del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés), a día de hoy los expertos clasifican al virus en cuatro subfamilias: A, B, C y D. Las dos primeras son las principales responsables de causar epidemias y la A además es capaz incluso de provocar pandemias; se cree que la C puede producir una enfermedad respiratoria leve, mientras que la D afecta principalmente al ganado y no se tiene constancia de que provoque enfermedades humanas.
La pandemia de gripe del 2009 fue originada por la recombinación del ADN de tres tipos de virus A H1N1 (porcino, aviar y humano). Y este parece ser el motivo por el que las vacunas que ya existían para el A H1N1 no tuvieron efecto. El virus había cambiado por completo su genética y por tanto expresaba diferentes proteínas en su cubierta externa. El sistema inmunitario de aquellas personas que habían recibido la vacuna estacional no era capaz de identificar las nuevas proteínas del virus y por tanto no reaccionó. Sin embargo, el número de fallecidos fue mucho menor de lo que en un principio se esperaba.
Como vemos, cada año puede ser completamente diferente. La humanidad se enfrenta a un organismo ultramicroscópico cuyas estrategias de supervivencia implican un cambio a escala molecular capaz de esquivar a nuestro sistema inmunológico. Los científicos intentan comprender cómo funciona el ciclo de este agente infeccioso pero la falta de un patrón específico de recombinación cada año vuelve a ponerles en jaque. Sin embargo, y aunque el número de personas que mueren cada año varía imprevisiblemente, el conocimiento para tratar la enfermedad y los descubrimientos científicos en materia de salud pública han sido sin duda alguna imprescindibles para hacer frente al temido virus Influenza, mortal compañero que acompaña a la humanidad desde tiempos inmemoriables.