Cuando en el mes agosto de 1945 se detonaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial se mostró por primera vez el poder destructivo del hombre sobre la naturaleza. En sólo setenta y cinco años la voracidad de la acción del ser humano se ha multiplicado de modo exponencial. La tecnología desarrollada y la expansión demográfica principalmente representan una seria amenaza no sólo para la especie humana sino también para el planeta Tierra.
Este devenir apocalíptico está fundamentado por científicos y filósofos gracias a los cuales podemos poner freno a esta tendencia de destrucción.
Uno de los principales impulsores de esta toma de conciencia fue Hans Jonas. Este filósofo judío de origen alemán dice, en su obra “El principio de responsabilidad”, que el hombre es el único responsable de lo que pueda acontecer a la naturaleza y que el desarrollo de la ciencia y la técnica han alterado la relación entre hombre y mundo. Antes, las civilizaciones, tan limitadas, vivían rodeadas por una inmensidad de bosques y selvas. Pero hoy todo se ha invertido siendo el hombre el que conserva la naturaleza en parques y jardines, rodeados éstos de civilización y tecnología. Afirma que el hombre, que ha debilitado y amenazado a la naturaleza, tiene el deber moral de protegerla, deber que aumenta en la medida que sabemos lo fácil que es destruir la vida.
Conceptos básicos como sostenibilidad, responsabilidad y ecología son herramientas indispensables que el ser humano tiene que utilizar para que nuestra descendencia no se encuentre en inferioridad de posibilidades con respecto a nosotros, ya que no podemos dejarles un mundo peor a nuestros hijos que el que nosotros recibimos de nuestros padres.
El pensador americano Aldo Leopold, que hizo famosa la frase: “Hay que pensar como una montaña” propone por primera vez en la historia del pensamiento filosófico una ética no antropocéntrica, de modo que se deje a un lado la característica depredadora inherente en el ser humano para así preservar en su totalidad a la naturaleza.
No se entiende que haya quien opine que no existen motivos para considerar realmente que el planeta está peligro. Hay cuatro hechos que destacan por encima del resto: el cambio climático, la década de 2.010 es la más cálida de la historia desde que se tienen registros; el consumo insostenible de recursos fósiles ofreciendo un panorama desolador; la sobreexplotación del planeta por un mal uso de la naturaleza que permite en la actualidad al hombre la destrucción de bosques, manglares y otros ecosistemas; y por último, el desperdicio alimentario, un tercio de los alimentos se tira a la basura.
Los gobiernos mundiales se han marcado objetivos a corto plazo: emisiones netas cero, el uso de recursos limpios como el Sol para el reemplazo de otras fuentes de energía y la reforestación de zonas dañadas, entre otras.
Otras medidas requieren del conjunto de la sociedad para lograrlas, como la modificación de hábitos nocivos en el día a día de las personas. El poder gubernamental es necesario e imprescindible para que estas medidas de concienciación calen en los ciudadanos, y los españoles tenemos nuestra parcela de acción y de responsabilidad, tal y como dijo el francés Jacques Ellul: «Hay que pensar globalmente y actuar localmente».
Pero no podemos equivocar el camino, no es justo que el nombre de Yecla, ejemplo de pueblo trabajador y responsable abra un telediario de Antena 3 y sea asociado a términos como “despilfarro”, “abandono” y “derroche”. Por si fuera poco son campañas promovidas e instadas por grupos de nuestra misma ciudad, grupos que incluso definen esa acción publicitaria como “logro”. Hay muchas formas de concienciar, pero con esas acciones no se conciencia, se mancha. Hay muchas formas de reivindicar, pero haciéndolo al organismo competente, de lo contrario se convierte en un ataque interesado y estéril. Ni el ecologismo ni Yecla ganan apareciendo de forma asidua en medios de comunicación nacionales como Cope, Onda Cero, Cadena Ser, El País, El Confidencial o El Mundo. Así perdemos todos. ¿O no?