Etimológicamente pandemia es un término de origen griego que hace casi un año está entre nosotros y estaréis de acuerdo conmigo en que nuestra vida ha cambiado de manera irremediable, nuestra cotidianidad no es la misma que hace unos meses. Ya vemos lejanos los aplausos de las ocho de la tarde, la compra de harina o levadura que hacía algo más dulce ese duro confinamiento.
De facto, ya nos hemos acostumbrado a no besar a nuestras familias, a no abrazar a nuestros amigos, a saludarnos de maneras insospechadas, incluso hay abuelos que han conocido a sus nietos recién nacidos solamente por video-llamada. Aunque es cierto que nuestro vocabulario ha aumentado considerablemente… ya hablamos de confinamiento, distancia social, de convivientes, no convivientes, de grupos burbuja, prueba PCR, de inmunidad de rebaño… Nunca habíamos oído tantas opiniones de tantos epidemiólogos, virólogos, médicos internistas, neumólogos… y, por supuesto, en todos nosotros vive un Fernando Simón, desde el día en que se atragantó con una pequeña almendra.
Es viernes. Entro a clase a las 8h AM. Antes de salir de casa, tengo serias dudas sobre qué mascarilla ponerme. Pues desde hace ya bastante tiempo las autoridades sanitarias han decretado el uso obligatorio de estas, la distancia social de seguridad y el lavado de manos con hidrogel, cuantas veces sea posible. Tampoco conocíamos nada sobre las clases y modelos de mascarillas: mascarilla quirúrgica no reutilizable, mascarilla de tela, mascarilla ffp2, mascarilla ffp3… Elijo una de las que menos me molesta en las orejas: la de tela lavable con la figura de Atenea, pues es normal que ya todo el mundo piense en personalizarlas, pienso en buscar un lápiz de labios, pero ¿para qué? Desde luego, no creo que las empresas de cosmética puedan resistir este envite.
No me quiero olvidar de las visitas a los dentistas pues es el mejor momento para ortodoncias, endodoncias y extracciones… Algo bueno tiene que haber en tener la boca tapada. En el portal me encuentro a un vecino, que, sin querer, se ha olvidado su mascarilla…, y veo que en muy pocos metros cinco viandantes se lo hacen saber ¡Qué tiempos aquellos en los que sonreíamos a los vecinos y subíamos con ellos en el ascensor!… Con mascarilla podemos hacer tantas muecas como queramos, pues nuestros interlocutores no se dan ninguna cuenta.
Llego a la sala de profesores y veo a mis compañeros con los plumíferos puestos, las ventanas están abiertas pues el equipo COVID del centro nos recuerda, muy a menudo, que la ventilación es importantísima. Hace frio, pero es cierto que, si quisiéramos ir en pijama, no habría problemas ya que no nos desprendemos del abrigo. Por los pasillos, saludo a todos los compañeros que voy encontrándome, aunque no sé, a ciencia cierta, si son quiénes creo que son. ¿Jareño? ¿Alex? Debo pasar por la óptica: llevar gafas y mascarilla es ya una complicación al cuadrado. Llego a clase y me doy cuenta de que no he visto la sonrisa de ninguno de mis alumnos desde hace muchos meses.
Al salir, decido ir al supermercado, me ha dado un ataque de valentía, comienza el fin de semana y quiero empezarlo viviendo peligrosamente: guantes, gel, lista de la comprar (el papel higiénico es ya un clásico), y al llegar a casa, lejía y más lejía en todos y cada uno de los productos. Comienza la tarde con un autoconfinamiento, pues sin salir me protejo y protejo… Los meses pasan y, por esa misma razón, estamos más cerca de volver a tomar tortas fritas en cualquier bar de Yecla con quienes elijamos de compañía. Estamos más cerca de ser vacunados. Que sea viernes noche siempre es buena noticia: libro y bata-manta. Gracias, Paqui, Inma e Inma por protegernos.
Por cierto, el término vacuna también tiene origen latino.