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lunes, 25 noviembre, 2024
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Leyendo despacio: Eutanasia

Ramón Puche Díaz (Filólogo y empresario)

La implantación de la ley de eutanasia en un país no es una cuestión ideológica; sí lo es su contenido, cuyo color político dependerá del grado de intervencionismo con respecto al individuo que la solicite. En cambio la inclusión o no de una ley de eutanasia lo que permite es definir al gobierno que dirige ese país, sea de la ideología que sea. En breve entrará en vigor la ley de eutanasia en España, hecho que me entristece profundamente por los siguientes motivos:

Las leyes crean cultura. Es cierto que en otros casos la cultura es la que obliga a crear leyes, pero convendremos que hoy en España esa tradición no se da. Por lo que si alguna vez la eutanasia se convirtiese en una costumbre esta ley sería responsable de ello.
Por otro lado, desde el punto de vista moral, no es coherente que quien ataca la pena de muerte, que no deja de ser una eutanasia procesal, defienda al mismo tiempo la eutanasia clínica. ¿No es cierto que en ambos casos se mata a una persona? ¿O es que se piensa que la vida del criminal es más valiosa para la sociedad que la del enfermo?

Por último, nos encontramos con el desarrollo de la siguiente cuestión: Si la inclusividad trata de que nadie quede excluido de la sociedad, ¿qué tipo de inclusión es provocar la muerte? Si estamos enseñando a nuestros hijos que hay que integrar a todos en nuestra sociedad, en especial a los más débiles y desprotegidos, ¿con qué argumentos les explicamos que hay personas a las que se puede matar? Una sociedad excluyente con un grupo de sus ciudadanos es una sociedad condenada al fracaso. La entrada en vigor de esta ley supone una gran bofetada a las personas más vulnerables. ¿Qué mensaje estamos dando a las personas dependientes? ¿Y a sus familias y amigos?

Se esgrime que con esta ley se da libertad al individuo, pero es que las personas que se vieron abocadas a pedir que le practicasen la eutanasia no eran libres, estaban deprimidas, habían perdido las ganas de vivir, en definitiva eran presas de ellas mismas. A esa circunstancia se sumó que su entorno, contagiado de ese ambiente, no fue capaz de infundir fortaleza a su ser querido y compadeciéndose de su situación planificaron una muerte por compasión.

La fortaleza es una virtud, es la fuerza del alma, que al hacerla suya la persona se convierte en firmeza, que no es otra cosa que el esfuerzo de cada individuo por hacer o por desear conservar su propio ser. Sin la firmeza nace la voluntad de morir, de lo contrario nadie pediría la eutanasia. Y la firmeza cuando se dirige a otros individuos se manifiesta como generosidad. Es por ello que el entorno del enfermo no tiene que pensar en cómo satisfacer la demanda depresiva de su ser querido, no tienen por qué matarle, sino que tienen que procurar ante todo devolverle la firmeza de la que carece, y eso se consigue con muchas dosis de generosidad.

El ser humano, como especie, desde nuestros orígenes hemos sido y somos ejemplo de superación y de lucha. Luchamos por la vida, por la nuestra y por la de nuestros seres queridos, incluso en casos extremos somos capaces de dar nuestra propia vida para salvar otra. Pero en momentos de desfallecimiento necesitamos de los demás para ayudarnos a levantarnos, aunque nos cueste. Y el Estado tiene que suponer en esos momentos una ayuda para el ciudadano y no convertirse en un lastre. El gobierno que yo quiero debería rescatarnos de la cornisa del edificio, nunca empujarnos al vacío.

Finalmente, señalar que el Estado no debería condenar a quienes han participado en el acto de la eutanasia. Es del todo injusto que personas que después de vivir una angustia de tal calibre, inmersos en su visión negativa de la vida, inimaginable para la mayoría de nosotros, y convencidos de que no hay otra salida a su situación, además tengan que pagar ante la Ley por ello.

A veces es imposible evitar que los seres humanos lleven a cabo acciones terribles, pero lo que sí es posible es que entre todos evitemos que quienes nos representan las apoyen.

Hipócrates (460-380 a.C.): «A nadie daré, aunque me lo pida, fármaco letal alguno, ni haré semejante sugerencia.»

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