“Un monte impresionante, un grandioso y hermosísimo monumento regalo de la naturaleza que sobrecoge a cuantos se adentran en sus rutas y recovecos…”
Antonio M. Quintanilla
Hace 40 años mis padres adquirieron una casa en el Arabí que hoy seguimos disfrutando con parientes, amigos y vecinos. Mis hijos se conocen el Arabí con los ojos cerrados. Unas de sus mayores aficiones son las excursiones nocturnas al pico en las noches de luna llena. Se saben al dedillo cada piedra, árbol, camino y senda que cientos de veces han recorrido andando y en bici. Por aquellos caminos de tierra han aprendido a conducir y buen dinero que nos hemos ahorrado luego en la autoescuela. Cuando iban al colegio nos instalábamos en el Arabí desde las vacaciones de verano hasta casi la Feria.
Hoy ya es otro cantar porque desde que tienen pareja cada uno tira por un lado y cada vez nos cuesta más coincidir todos unos cuantos días en el Arabí. (Eso que llamamos en Yecla las tetas y las carretas). Pero a lo que vamos: trato de explicarles que conocemos el Arabí como la palma de nuestra mano pero que, ¡lo siento de verdad!, en estas cuatro décadas nunca hemos visto ningún fenómeno extraño como parece ser que ha vislumbrado mucha gente que por quizás tenga poderes paranormales para llevar a cabo encuentros en la tercera fase. De ahí que a mi familia nos cueste tanto entender la obsesión de algunos con que es una montaña tan misteriosa y mágica. Se oyen muchas leyendas que nos hacen pensar que en el Arabí se debe criar alguna planta alucinógena que solo al olerla trastorna la mente y nubla el entendimiento. O a lo mejor la traen puesta de casa.
Un buen amigo mío jura y perjura haberse cruzado con la Santa Compaña una noche en la que se le ocurrió quedarse a dormir en un abrigo del monte. Tampoco nos ha abducido ningún platillo marciano ni hemos avistado ningún objeto volador no identificado. Ni nos hemos topado con restos humanos a excepción de los depositados ‘in extremis’ por excursionistas con apreturas en el bajo vientre así como toda la basura e inmundicia que recogemos cada vez que en fechas señaladas llegan al Arabí multitud de visitantes irresponsables. Jamás hemos oído voces del más allá ni se nos han paralizado las piernas en ningún enclave perturbador, aunque las noches sin luna o de tormenta son realmente estremecedoras. En la Cueva del Tesoro hemos entrado mil veces y les garantizo que la pared del final no se abre con ningún conjuro que lleve a una cámara secreta repleta de joyas y piezas de oro.
Lo siento. Lo más sobrenatural que nos ha inquietado en 40 años fue un grupo de amigos de los mundos oníricos y de las dimensiones esotéricas, que a media noche se pusieron a tocar sus timbales y chinchines en la Cueva de la Horadada mientras contemplaban alucinados la luna a través del gran agujero superior… ¡Menudo susto nos llevamos! ¡Parecían los cuatro jinetes del apocalipsis que venían a por nosotros! El Arabí es impresionante, un grandioso y hermosísimo monumento regalo de la naturaleza que sobrecoge a cuantos nos adentramos en sus rutas y recovecos. Por eso desconciertan tantos supuestos enigmas impenetrables que en ocasiones se parecen más a una inocentada. Nunca imaginamos que Cuarto Milenio llegara a malograr tanto la imagen de nuestro majestuoso monte con sus cuentos de asusta viejas, pero nada que no se pueda solucionar en otro momento. Porque ahora tenemos un problema mucho más importante que solucionar: ahora lo único que tiene que preocuparnos son los que quieren hacerle muchos más daño al Monte Arabí. Un daño que sería irreparable.