Laura Moya y Paula Esquitino
Sábado noche, 2019, uno abandonaba las casetas entre risas y jolgorios, bromeando entre amigos sobre lo que había sido esa feria y las ganas que de que volviera el año que viene. Porque ya se sabe, cuando acaba la feria empieza el invierno en Yecla, y es complicado, uno tiene que despedirse del verano, de las vacaciones, de las noches interminables, y hacer frente al nuevo curso, nuevos proyectos, la rutina y el frío del invierno.
Lo que no se sabía ese último sábado de feria era que las casetas no iban a estar el año que viene, ni al otro. Hubiera sido diferente, la despedida digo, quizás hubiera aguantado un poco más, incluso con los pies llenos de tierra y con el cansancio en el cuerpo, porque benditas casetas y benditas noches de feria.
El olor de la feria, las luces y los sonidos, las colas para las atracciones, las risas de los pequeños y la cartera de los padres, cuando se escucha de nuevo ¡mamá, sólo una vez más! La ilusión en el rostro de cada niño, y los feriantes, hay nuestros queridos feriantes. Cuanto de menos les echamos el año pasado, y que alegría da volver a verles montar las atracciones de nuevo, y uno se pregunta, cómo será este año. Las vacunas ya están puestas, estamos protegidos, pero ¿nos sentimos protegidos?
Es inevitable después de lo vivido sentir un poco de miedo de cara a pensar en la feria, una feria distinta sin duda, una feria esperada, pero que uno no sabe muy bien cómo enfrentar, porque la covid ha dejado huella en nosotros, en cómo relacionarnos con los demás, cómo saludarnos, cómo vivirnos con el otro sin riesgos. Y de esto hay mucho en la feria, porque es un momento de encuentros, de vernos después de estar tanto tiempo escondidos, de sentir ganas de abrazarnos, pero no hacerlo, de dudar.
Porque hay ganas de feria, pero no en todos, porque también hay miedo, en algunos, mucho miedo. Pero también hay necesidad de recuperar viejas costumbres, de recordar viejos olores, de hipnotizarnos con las luces y no poder hablar por el ruido. De sentir el calor de la gente, y de sacar las chaquetas vaqueras nuevas, de ponernos guapos y divertirnos un poco.
Porque, aunque sea complicado necesitamos ir recuperando nuestra vida, nuestra vida pre-covid, con lo que está vivencia a supuesto, y con lo que nos ha llevado sentir y vivir en primera persona el aislamiento social, pero es hora de volver a acercarnos al otro, poco a poco, escuchando nuestros ritmos y respetando nuestros miedos, pero sin que ellos nos desborden, y si es el caso, siempre contad con el apoyo de un especialista, que nos pueda acompañar en esta dificultad.
Y a nuestras queridas casetas decidles, que las echaremos de menos un año más, y que las esperamos con ganas, mientras poco a poco vamos reparando el aislamiento social, porque queremos volver a estar bien pegaditos los unos a los otros, entre bailes y risas, pero sin miedo, y para eso aún queda un poquito.