La gente de Yecla en estos momentos late preocupada por el inmediato futuro a sobrellevar ante unas perspectivas tan inciertas según se puede contemplar en todos los frentes posibles, tras el caos ocasionado por la pandemia del coronavirus y la pésima gestión con la que se ha afrontado, consecuentes ante una realidad opaca solamente queda el temple, como siempre ha sido la idiosincrasia de los yeclanos y a ver como se encara.
En todos los pueblos del mundo y durante todas las épocas se ha recurrido a adivinos, sibilas o augures y hasta hoy mismo no faltan una legión de curanderos, santeros o brujos (defino con el neutro a los dos géneros según la Real Academia) a quienes se recurre cuando la vida ante circunstancias imprevisibles se altera y malogra. Todos estos iluminados actúan aventurándose a vaticinar el futuro interpretando bien sea con cartas, conchas, o mil artilugios extraños, basando sus predicciones al conjeturar situaciones extrañas o inverosímiles como en estos momentos ocurre con la eventualidad vírica que soportamos, siendo estas ocasiones un auténtico filón al que recurren estos embaucadores para conformar a clientes agobiados ante la incertidumbre al contemplar los negros nubarrones que se perfilen en el horizonte, porque esto no ha terminado aún.
En estos días las televisiones, paradigma de tales curalotodo, están haciendo su agosto y queramos o no, nos embobamos en la pantalla por no tener otra perspectiva natural disponible en el reducido espacio de un piso sin jardín, y que sólo ahora hemos descubierto lo pequeños que son. Personalmente he podido observar que cuando aparecen esas personas tan cualificadas como son científicos, inmunólogos, epidemiólogos, investigadores, etc. todos ellos sabios que se desviven desde siempre por tratar de solucionar problemas e interrogantes, seducidos por el estudio y dedicación que acaba ocupando el pleno de sus vidas, y precisamente en este obligado confinamiento he podido observar que casi todos ellos, por no decir todos, son personas de edad avanzada, curtidos en canas y con un bagaje de reconocimientos garantizados, y para nada interesados en sus apariciones fantasmas televisivas querer presentar una imagen seductora o gallarda, sin embargo, si vemos a todos los políticos, que son los que deben gestionar la labor para abastecer de todo lo necesario a estos doctos especialistas, aparecer a todas horas diciendo y desdiciendo para así exhibirse continuamente en la pequeña pantalla. Es un simple detalle esta comparación aunque tiene su trascendencia.
El dicho tan recurrido en tertulias familiares de “abuelo arriero, hijo comerciante y nieto pordiosero”, es muy frecuente escuchar precisamente por estos lares, al ser numerosos los casos de grandes empresas de nuestra población que acabaron en la nada cuando llegó a manos de las siguientes generaciones, mostrándose incapaces de llevar a buen término la gestión de esas heredades que tanto costaron legitimar a sus predecesores.
Y viene al caso este símil al comparar a nuestros políticos actuales que se han encontrado una “tacita de plata” y a la que en nada han contribuido para forjarla, siendo la razón por lo que no dudan quebrantar en mil pedazos ante el mejor postor para seguir manteniendo su status y opulento nivel de vida, la mayoría de ellos jovenarios incompetentes, que durante su trivial y arribista vida no han sido capaces siquiera de dar un palo al agua, y quedando tan distantes de esa mayoría de sabios o reconocidas personas infatigables con oposiciones y méritos, ocupados durante toda su vida en buscar remedios en cualquier campo de la medicina o la economía que pudiesen solucionar los problemas y necesidades del prójimo, lo que equidistan una eternidad con estos gobernantes del momento, y lo paradójico es que serán éstos chiquilicuatres los destinados a sacarnos de este embrollo económico, moral y social que se avecina, sin que desgraciadamente nadie dude que lo harán con el mismo desconcierto con que han gestionado la pandemia o el endeudamiento que arrastramos, del orden de un billón y medio, que dicho montante en efectivo no cogería en todo el espacio de la Iglesia Nueva, aunque todo transcurrirá sin crítica ni reprobación alguna ya que aquellos en los que se sustentan arrastran consigo la misma culpa. Pero, al menos, siempre nos quedará Benidorm.