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domingo, 24 noviembre, 2024
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LA REALIDAD Y LAS BOLSAS DE PATATAS FRITAS

El pasado domingo 20 de marzo, agricultores, ganaderos y otros colectivos de España (Yecla incluida, tal y como anunció este periódico días atrás), se manifestaron en Madrid para reclamar un cambio de rumbo en su actividad: el aumento del precio de la electricidad y los carburantes no cesa de dar problemas en la cadena de producción y suministro.

Siendo el comercio una actividad esencial en el día a día de prácticamente toda persona de este planeta, el COVID-19 nos grabó a fuego, o a mí al menos, la palabra “prioridad”. ¿Qué hubiera pasado si estando encerrados en nuestras casas no hubiéramos podido hacer la compra? Quitando la breve rotura de stock inicial de determinados productos (recuerden la importancia del papel higiénico), pudimos seguir alimentando nuestros hogares sin ninguna subida de precios destacable.

He ahí la importancia de estos sectores. Los agricultores, ganaderos, cazadores y pescadores que a miles hicieron ruido en Madrid no estaban haciendo postureo por la calle; ante un servidor desfilaban familias que ven peligrar su forma de ganarse la vida, y seamos claros: sus problemas son perfectamente identificables en cualquier supermercado. Me llamó la atención luego por televisión la broma de un reportero al decir que creía que las bolsas de patatas fritas aparecían sin más en los comercios. Con este comentario el periodista no pretendía minusvalorar el trabajo del empresario entrevistado, sino todo lo contrario, y lo cierto es que muchos jamás solemos pararnos a pensar en la gente implicada en una simple bolsa de patatas fritas.

Llegados a este punto, me doy cuenta de que la mayoría consumimos sin interesarnos en saber de dónde viene cada insumo a pesar de este mundo interconectado y repleto de datos (que no conocimiento).Hemos dejado a un lado la necesidad de saber el porqué del objeto y con ello hemos invisibilizado al sujeto que lo pone ahí.

El comercio mueve el mundo y genera competencia y riqueza, ¡qué duda cabe! A más variedad ofertada, mayor capacidad de decisión. Sin embargo, ¿somos realmente conscientes de las responsabilidades que implica? ¿Sabemos distinguir lo indispensable de lo que no? Lo cierto es que siempre habrá artículos de primera necesidad, y precisamente ese es el consumo que sería preciso blindarlo máximo posible para no oír hablar, por ejemplo, de la supervivencia de la agricultura.

Hay sectores que no deberían preocuparse por sobrevivir cuando forman parte de la base productiva de una sociedad. Si no puedo afrontar la cesta de la compra, ¿Cómo voy a pagar la cuenta en un restaurante? En efecto, lo que tratamos aquí son las prioridades en un momento histórico realmente complicado, donde los acontecimientos de los últimos dos años quitan protagonismo a la voluntad del ciudadano de a pie. Nos vienen trastazos de todas partes y reaccionamos o mal, o tarde (y eso cuando reaccionamos). Normalmente relaciono el tema del artículo con una película, pero es que en esta ocasión la realidad supera a la ficción por goleada. Veamos:

En dos años, España ha sufrido una pandemia (en la que sigue), un temporal invernal, un volcán en erupción, la subida de los precios del gas y la electricidad, problemas en la distribución por falta de contenedores y microchips…y dejando a un lado las continuas vicisitudes político-vergonzantes nacionales, estalla una guerra en Ucrania, que además dela tragedia humana que conlleva, supone todavía más obstáculos en cuanto a logística e infraestructura comercial. Y eso sin hablar de los dramas familiares derivados especialmente de la pandemia y del volcán. Quien no ha perdido a un familiar, ha perdido su empleo, su negocio, su casa, e incluso las ganas de vivir. Sumemos ahora el aumento disparado de los precios y el consecuente descontento social. Me habré dejado algo, pero de hecho lo prefiero.

Nuestras circunstancias dan asco, sí, pero digo yo que algo podremos hacer. Recordemos a Ortega en sus Meditaciones del Quijote: “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Si a pesar de nuestras circunstancias no hacemos nada, si nos empeñamos en ver la realidad como entretenimiento y no como marco de actuación y exigencia política, estamos condenados a dejar que otros la pinten como quieran, y de paso, que nos pinten a nosotros. El disfrute de derechos solo es contemplable cuando cumplimos con nuestras obligaciones, y si somos incapaces de mirar al de en frente por “posar” de una u otra manera, ¿a qué estamos jugando?

Opino que los manifestantes en Madrid no pretenden dejar de cumplir sus obligaciones, sino tener derecho alas mismas. No buscan privilegios ni palmaditas en la espalda, sino soluciones sensatas y coherentes que afectan a nuestra convivencia. Creo que solo desde una base de prioridades clara y no ideologizada podrá construirse una realidad más accesible e inclusiva .Llámeme ingenuo, pero ¿hay algo más inclusivo que poder pagar la compra, la electricidad o la gasolina? Sobran sentimientos y falta razonamiento; las “buenas intenciones” modernas son inútiles si se quedan en un mero eslogan condescendiente-acusica de sonrisa forzada y ojo guiñado rodeado de filtros y emojis.
Dejémonos de tonterías, por favor. El campo y la ciudad no son nada el uno sin la otra, y esa realidad elimina de facto la polarización de los conceptos, porque ambos extremos no lo son en tanto que están conformados por lo mismo: personas que quieren prosperar en la vida y proteger el desarrollo y la dignidad de su comunidad conforme a una regulación comprensible.

No voy a erigirme como cuñado de nadie aportando soluciones simples a problemas complejos, estoy seguro (quiero estarlo) de que habrá alguien (ojalá más que uno) en España con criterio al respecto. Humildemente, únicamente propongo indagar más en la naturaleza de nuestro consumo, en el qué y en el porqué. Preguntémonos al menos de dónde vienen las bolsas de patatas fritas. Por algo hay que empezar para entender la realidad.

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