No recuerdo si ya he tocado este tema anteriormente o es que lo llevo pensando tanto tiempo que tengo la impresión de haber escrito ya sobre él. Es lo que tiene (atención, publicidad) haberme echado a la espalda 1.072 ‘Crónica yeclanas’, 370 en el El Faro y 702 en el SIETE DIAS, este periódico servidor de ustedes.
Además, me da igual si me repito porque quienes me conocen saben de sobra el lema que guía mis pasos desde ‘chiquitico’: Lo mismo me da, que me da lo mismo. Dicho sea sin desaire o menosprecio ninguno. De lo que sí que estoy plenamente seguro es de que este asunto lo he comentado muchas veces en lo que yo llamo las tertulias sanisidreras. Pero, como resulta que hemos pasado el mal trago de quedarnos sin las Fiestas de San Isidro durante dos años, pienso que no viene mal que volvamos a poner los puntos sobre las íes, y nunca mejor dicho por lo de la i de Isidro.
Los papelicos y con ellos las carrozas con las que se construyen son la principal seña de identidad de estas Fiestas. Los papelicos son la esencia, sin ellos nuestras Fiestas de San Isidro serían unas más entre las cientos, quizá miles de celebraciones que llevan el mismo nombre o parecido. Fiestas del campo, de mayo, del vino o de la primavera.
LLámelas usted como más rabia le dé. Desfiles y ofrendas, batallas de flores, buen tiempo a capazos, charangas, bandas de música y pasacalles, bailes folclóricos, populares y típicos, peñas festeras, multitudinaria participación de miles y más miles de personas y familias enteras ataviadas de baturros, camperos, castizos, labradores, con sus trajes de faena o de gala, espardeñas, mantones, faldas, chalecos y pololos, botas de vino y sombreros de paja, portando entre la bulla y el jaleo al santo Isidro a hombros…
Fiestas todas ellas que desde tiempos inmemoriales vienen homenajeando las mismas o muy similares raíces agrícolas y rurales, con las peculiaridades que en cada zona las hacen diferentes, muy parecidas pero a la vez muy singulares, dependiendo de la región en la que salgan a la calle…
Sin embargo, a pesar de que en muchas poblaciones desfilan carrozas camperas, en ningún lugar encontraremos la tradición de elaborar las carrozas como en nuestra Gran Cabalgata a base de millones de papelicos de colores. Las Fiestas de San Isidro, aunque mantuvieran la misma devoción y arraigo en nuestro pueblo, no serían las mismas ni resaltarían con tan inmenso poderío entre todas las fiestas que por estas fechas concurren dentro y fuera de España si no fuera por el arte que derrochan los papelicos. Por eso, nunca tenemos que olvidar el gran papelón de los papelicos.
Siendo tan fabulosos los actos de la Ofrenda y la Hoguera de San Bárbara, nuestras Reinas y Damas, el Pregón, el Festival de Folclore o el Homenaje a las Peñas, no serían suficientes para que las Fiestas de San Isidro Labrador de Yecla destaquen por encima de todas las demás y se encaminen ya hacia el Interés Turístico Internacional. En ningún otro lugar del mundo, nunca unos papelicos tan pequeños hicieron tanto por una fiestas.