Las malas hierbas siempre han estado presentes en los entornos habilitados por el hombre, sobre todo en zonas donde la acción humana prodigó alguna que otra acción transformadora de antemano. Las malas hierbas no tienen posibilidad de aparecer y multiplicarse en lomas, colinas o montañas, especialmente con la facilidad que lo vienen haciendo en bancales o terrenos de antemano roturados para cualquier uso. Es curiosa la facilidad con la que vemos repuntar esos impertinentes yerbajos, bien sea en tejados, canalones, corrales abandonados y hasta en los sitios más insólitos, como el recodo de una calle o en el umbral de un edificio habitado y habitualmente frecuentado.
Acabamos de sufrir una pandemia y en estos momentos otra llamada Viruela del Mono nos acosa. También en épocas pasadas una tras otra plaga se sucedieron reduciéndose los intervalos en que iban apareciendo, y a medida que nos multiplicamos, siendo cada día más las personas pululando sobre la faz de la tierra, resulta que también aumentan las contras que nos hostigan, y lo que es peor, supuestamente son creadas por nosotros mismos, y la mera consecuencia de ello es el desconcierto soportado, siendo a medida que pasa el tiempo mayor la ofuscación y confusión en que nos vemos sumidos.
Recordando esa parábola bíblica del trigo y la cizaña, o sobre las malas hierbas que los hombres malignos propagan en los sembrados de los buenos, ha dado pie a mucha literatura, como el auto sacramental de Calderón, “La Cizaña”, de Linares Rivas, “La Semilla y la Cizaña” de Rampin, y tantos otros autores que argumentaron sus obras en el contexto de la parábola, así como la de sermones y homilías que han dado de sí esas dichosas plantas invasoras, a las que solo el hombre suele preparar un barbecho suficientemente muñido para su propagación, como vemos cada primavera, sin que nos quede más remedio que apencar con tanto yerbajo maligno ante la dificultad en tratar de eliminar, ahora que no existen ganados como en tiempos pasados, siendo estos los que realizaban esa labor tan ventajosa para el pastor y a su vez a la comunidad que ve tamizados sus contornos, al obtener gratis pienso para sus animales precisamente en estos tiempos con lo difícil que está resultando alimentar a los animales de cría por el encarecimiento de los precios, y en nuestro pueblo, como en tantos otros, se destruye esa riqueza alimentaria por resultar nociva o cuando menos molesta.
Y este año las malas hierbas se han llevado la palma, no hay más que dar una vuelta por el campo y comprobar tantos bancales, cultivados o no, tapizados del manto herbóreo tan propicio a incendios a medida que se resecan.
Si supiéramos quiénes son los malos que propagan esta lacra herbicida, el problema tendría solución, pero hay que esperar al final de los tiempos para poder verles a la izquierda del Padre, que es según la parábola, es donde irán a parar esos propagadores del cizañoso mal. Aunque según un dicho archiconocido y escuchado desde siempre como que, “las malas hierbas nunca mueren”, parece que esto va a tener muy mala solución y todavía más complicado, si en el computo del susodicho refrán, además de los yerbajos, se incluye a ciertas gentes incluidas en ese ámbito refranario y que acaba siendo más amplio de lo que suponemos.