Engracia Robles Rey – IES ‘José Luis Castillo – Puche’
Por circunstancias personales me encuentro en Santed, un municipio de la provincia de Zaragoza en la comunidad autónoma de Aragón, con una población en los meses invernales inferior a la decena aunque en época estival esa decena se puede convertir durante las fiestas patronales de San Roque en un centenar. Llegar aquí no ha resultado fácil, ha sido necesario abandonar la autovía Mudéjar que une Teruel y Zaragoza para poder llegar hasta la Reserva Natural de la laguna de Gallocanta, pasando por las poblaciones de Calamocha, Tornos, Berrueco. Una odisea.
Sustantivos y adjetivos revolotean cerca de mí para definir este lugar, pero uno sobre todo describe Santed: frugalidad, término latino que según la RAE se entiende como la moderación en el uso de recursos, tanto en la comida y en la bebida como en otras cosas. Ya en la Roma clásica predominaban los valores como la austeridad en las costumbres, la dedicación a la familia, el amor por la vida sencilla y la dureza en el carácter. Eso mismo es lo que hay aquí: sus habitantes no se preocupan por el modelo de teléfono móvil que tienen pues su uso es muy reducido pudiendo solo hablar desde un lugar muy concreto: el banco de la cobertura. No tienen que elegir a qué sala de cine acudir para ver la última película pues su ocio lo comparten subiendo al Castillo o visitando un único bar, el Tele club, al que cuesta encontrar a alguien que se encargue de él. Muchos locales ya abren sus puertas para poner en orden sus peñas, allí comparten comida, bebida y momentos que no se repetirán hasta el próximo año.
Tampoco pueden elegir a qué supermercado ir para que sus despensas estén llenas, ni se les ocurre comprar a través de internet pues semanalmente viene el panadero que a la misma vez es huevero, y confitero. Otros días le toca al pescadero, y al frutero. Al llegar toca la bocina y cada uno desde su casa debe estar atento pues si no lo estas esa semana ni tienes pan ni huevos. Ni pescado ni fruta. En menos de un minuto los clientes potenciales rodean la furgoneta y mientras son atendidos se preguntan por la familia, por la salud aunque se hayan visto el día anterior o incluso ese mismo día. Aquí ser vecino es mucho más que saludar en el ascensos y preguntar si subes o bajas, quien tiene coche y se desplaza al pueblo más cercano, sabe a ciencia cierta que tiene que ser solidario visitando a los demás para preguntar si necesitan algo.
Lo más sorprendente es que lo más ancianos han correteado por las mismas calles que sus hijos y los hijos se sus hijos. Aquí he conocido hasta cuatro generaciones que valoran sus tiempo y su esfuerzo con un carácter noble y sincero y que impregna su personalidad en todo lo que hacen ofreciéndonos, con ese acento tan peculiar al elevar el tono la duración de las ultimas silabas, a los que venimos, por ejemplo, la borraja, esa verdura poco conocida pues como ellos mismos dicen probarla es amarla. Esos octogenarios han heredado de sus mayores el amor por estas tierras, las que, generación tras generación, han cultivado y les han dado lo que ello son: hospitalarios y generosos.
Quiero a Yecla profundamente, pero desde este verano siento un gusanillo por Santed. Gracias