Las Fiestas de la Virgen no serían las mismas ni parecidas si no las viviéramos cada año los mismos días y de manera precipitada
Antonio Quintanilla
Ocurre con las Fiestas de la Virgen lo mismo que cuando nos enfrascamos en organizar un especial acontecimiento de trabajo, familiar o entre amigos, o nos ponemos a preparar con mucho tiempo de antelación uno de esos viajes en los que siempre hemos pensado y tenido pendientes: disfrutamos casi más o lo mismo antes y después. Antes, atando hasta el último cabo suelto para que todo salga a la perfección y, después, recordando y contando todas las anécdotas que hemos vivido, y alguna que otra que nos inventamos, junto a lo que no pasó como esperábamos o lo que salió mejor de lo que esperábamos. Lo acabamos de volver a vivir en este periódico con los ‘Premios a la Mejor Labor’ de 2022.
Casi dos meses organizando la entrega en el Teatro, concentrados al máximo para que todo aconteciera conforme a lo que habíamos planificado y en un plis plas, cuando llega el día y la hora, todo pasa volando, casi sin darnos cuenta, y ya estamos con la resaca de los Premios debatiendo todo lo que salió bien, lo que pudo salir mejor y habrá que mejorar en la próxima edición y lo que quisiéramos no volviera a ocurrir nunca. Como en las bodas que se gestan durante muchos meses y en cuanto te quieres dar cuenta suena Mendelssohn, todo pasa volando y ya estamos contando todos los chismes y anécdotas del bodorrio y eligiendo las mejores fotos con las que recordaremos siempre el feliz enlace. (Hasta aquí la introducción y ahora vamos a lo que vamos).
O como sucede exactamente igual en cuanto llega noviembre y comienzan a abrirse los cuarteles de las escuadras. Reuniones y más reuniones, francachelas y más francachelas, a troche y moche para ir calentando motores y amarrando cada detalle para que todo esté a punto en el mismo momento en que el día 5 de diciembre se disparen los 15 cohetes del Beneplácito y escuchemos los primeros disparos de arcabuz, de tiraores vestidos de paisano, en las calles de Yecla, anunciando ya han llegado las Fiestas de la Virgen. A partir de ese instante abandonamos los cuarteles para vivir los principales y ancestrales momentos en la calle. Lo mejor que ocurre en las Fiestas de la Virgen es que siempre se celebran los mismos actos en los mismos días y a las mismas horas, caigan cuando caigan las fechas, tal y como acaecieron por vez primera hace casi cuatro siglo.
Esa rigurosidad nos viene de perlas para organizarnos con tiempo suficiente. Y aún así siempre surgen imprevistos a última hora que nos hacen alguna que otra vez ir a la carrerilla. De ahí que las Fiestas de la Virgen se empiezan a vivir y a disfrutar con más tranquilidad y bastante antelación en el cuartel. Siempre ocurre igual: los días grandes pasan con rapidez, casi a contrarreloj y casi sin darnos cuenta, conmemorando puntualmente cada uno de los actos ancestrales y los que se han venido incorporando con los años. Durante los días de las Fiestas de la Virgen los cuarteles quedan casi vacíos porque estas Fiestas no serían las mismas si no las viviéramos de manera precipitada y en la calle.