José Puche Forte
En aquellos tiempos se vivía de otra manera y nuestro pueblo era muy diferente. En sus calles sin asfaltar jugábamos los chiquillos a nuestras anchas sin miedo a sufrir el atropello de un coche, pues había pocos. En él abundaban los carros pues la mayor parte de sus ciudadanos eran agricultores.
Pero Yecla tenía dos teatros, el viejo Concha Segura y uno recién construido llamado “Coliseo” que después pasó a llamarse Teatro Regio, el cual ya no existe. Pero a los que entonces éramos chiquillos nos trae abundantes y añorados recursos. Cuánto se podría hacer de él.
Era el año 1943 cuando se empezó a construir por Raimundo Sabater y se inauguró el 1 de septiembre de 1945 con la película “Esmeralda, la zíngara”, versión del jorobado de “Nuestra Señora de París” de Víctor Hugo. A los dos años de su estreno lo compró José Rodríguez de Almansa y pasó a llamarse Teatro Regio.
Era este un edificio funcional, bien construido. Los sótanos de sus camerinos y sus aseos se hicieron a fuerza de barrenos. Su arquitecto fue Pablo Cantó, el mismo que hizo la Cooperativa de Muebles. El pueblo quedó impresionado al ver sus estructuras y como eran arrastrados por mulas, por medio de rodillos, grandes cuchillos de hierro de 22 metros de largo en dos piezas de 11 metros realizados en Bilbao. Este gran edificio resaltaba en la calle San Francisco, en cuyas paredes se veían las carteleras que anunciaban las películas de estreno.
Su interior era amplio y confortable en el que llegaban a caber unas 1.500 personas. Sólo en el patio de butacas había 540 asientos en 23 filas, con un pasillo central. Antes llegó a tener 700. El desnivel de su piso facilitaba la visión del cine. En la planta superior estaba la General o “gallinero”, capaz de acoger 600 espectadores. El importe de la obra sobrepasó los cuatro millones de pesetas de entonces.
Sus empleados más antiguos fueron Luis Muñoz ‘el Ordinario’ como portero y encargado de traer y mandar las películas, encender la calefacción y rotular los anuncios. Los rótulos especiales de gran tamaño, los hacía Basilio Zafrilla. Años después, Salvador Martínez se encargaba de repartir los prospectos de las películas, ocupando otros cargos durante muchos años.
Juan también estuvo como portero bastante tiempo. De taquilleras estuvieron María Pérez y Rosario como aposentadoras Ursolín y Conchita y también de taquilleras. El primer maquinista fue Pepe “el de la central” y Tomás Candela. Les seguiría Leonardo Ortuño. También trabajaron en él Térraga y Perico ‘el Ensaladilla’. Como administrador estaba Práxedes.
En invierno era cuando más gente entraba al cine. A veces se llenaba. A veces se llenaba y había que hacer cola. Las sesiones por lo general eran de siete de la tarde y 22:30 de la noche, ya que se proyectaban dos películas. Los domingos había una sesión infantil a las cinco. Hubo días que se sacaban de taquillaje sobre las 12.000 pesetas.
En un principio la entrada de butaca era de una peseta y de 50 céntimos la general. Pero con el paso del tiempo esas fueron subiendo hasta alcanzar las 200 pesetas la butaca. Alquilar una película de estreno costaba entre las 8.000 y las 10.000 pesetas. Las de reestreno valían mucho menos. Por estos años era obligatorio proyectar el No Do (Noticiario Documental) al principio de cada sesión. Se hacía cine todos los días de la semana.
Martes y jueves las entradas eran más económicas.
A los chiquillos de entonces nos gustaba mucho el ir al cine, en especial en esas tardes frías del invierno, para ver aquellas películas de indios y vaqueros y las de romanos. También las de risa, pero en especial, las de Tarzán. Pero la mayoría de nosotros andábamos escasos de dinero y para conseguirlo nos dedicábamos a buscar chatarra por las calles sin asfaltar en los días de lluvia para venderla al chatarrero o cazábamos pájaros con cepos o tirachinas y los vendíamos a Angelillo el del bar ‘Tambores’para aperitivos y nos los pagaba a dos reales.
También robábamos membrillos y albaricoques verdes para venderlos en la puerta del cine a otros zagales. O lo sacábamos de los tebeos que alquilábamos los domingos por el jardín. Había veces que ayudábamos a descargar la leña para la calefacción del cine y nos dejaban entrar de gratis una o dos veces. Lo importante era poder ver aquellas películas que nos gustaban. 
Recuerdo el revuelo que se empalmaba en el gallinero cuando ganaba ‘el bueno’ en aquellas películas del oeste o en la lucha entre indios y vaqueros. Nos lo pasábamos en grande. A veces, al darse el beso al final de la película, se quedaba la pantalla a oscuras y la gente silbaba y protestaba.
Por aquellos años, las películas venían censuradas y a las toleradas para mayores no nos dejaban entrar. Había sesiones privadas para que los sacerdotes y el delegado de Espectáculos Públicos por si veían algo censurable cortarlo de la película. Los Jueves y Viernes Santo no había cine y el Sábado de Gloria siempre proyectaban películas de tema religioso. La primera película en Cinemascope proyectada en el Regio fue “Ben Hur” en mayo de 1963.
En el estreno de “Lo que el viento se llevó”, en 1967, la entrada de butaca subió de 10 a 15 pesetas. Una de las películas más taquilleras fue “El pescador de coplas”, de Antonio Molina, formándose largas colas. El 18 de julio, día del Alzamiento Nacional el cine era gratis con una película que ensalzaba al Régimen. “El derecho de nacer” fue una de las que más gustó. Cuando hicieron “Gilda” de Rita Hayworth, los hombres de Acción Católica arrancaron los carteles que lo anunciaban.
Por este Teatro Regio pasaron revistas de variedades, compañías de teatro.
Actuaron cantantes como Machín, Antonio Molina, Paco Ibáñez y muchos otros. Hubo actos políticos y culturales, se dieron conciertos, etc… Mucho podríamos hablar de este Teatro que cerró sus puertas en 1988, para ser demolido después en 1997. Durante casi medio siglo este querido y desaparecido Teatro Regio alegró la vida de muchos yeclanos.
