Debatir hoy sobre la aceptación de la homosexualidad es como ponernos a discutir sobre si nos parece bien o mal que el sol salga al amanecer
Madrid, a primeros de los años 80. En una callejuela muy cercana a la Puerta del Sol se encontraba la taberna Vistalegre, una de las más castizas del centro de la capital. Vistalegre era visita obligada de nuestra peña de yeclanos ausentes, amantes del vermú de grifo y del tapeo con mayúsculas. Allí estábamos una tarde cuando entraron dos chicas guapísimas, despampanantes, mujeres de bandera, de las que quitan el hipo. Y no sigo porque no sé si ahora es correcto calificarlas así o puede ser motivo de sanción. Qué cara de asombro no pondríamos que el camarero, a la vez que retiraba los vasos de la última consumición para volver a servirnos otra ronda, se acercó a nosotros y en voz discreta nos dijo: “La de la derecha hizo la mili conmigo”.
Volvemos a nuestros días. La pasada semana, un amigo y yo estábamos en la calle San Antonio comentando cómo se ha quedado tras su remodelación (a mí personalmente me parece que ha sido un acierto), cuando se detuvo ante nosotros una pareja de chicas treintañeras para saludar a mi amigo. Lo típico. Cuánto tiempo sin veros. Cómo estáis. Cómo están vuestros padres. Respuesta de las chicas: “Muy bien, muy bien, gracias. ¿Te has enterado de que nos hemos casado?”. Entre estas dos anécdotas han pasado más de 40 años. Creo yo que ya va siendo hora de que admitamos que la homosexualidad masculina y femenina, y todas las sexualidades habidas y por haber, ya están más que plenamente aceptadas en nuestra sociedad. Y cuando digo sociedad me refiero también y por su puesto a la sociedad yeclana. Por eso, a lo mejor, los actos con motivo del Orgullo podrían reconvertirse más en una fiesta para celebrar que afortunadamente la intransigencia, la discriminación, las persecuciones y demás penalidades hace tiempo que pasaron a la historia en lugar de parecer una jornada en la que se respira más un ambiente reivindicativo y de bronca más propio de épocas pasadas.
Todos tenemos amigos y amigas totalmente integrados en sus familias y en sus entornos más cercanos que han decidido compartir sus vidas con personas de su mismo sexo y se echan las manos a la cabeza con algunas manifestaciones exageradas y pintorescas que vemos y escuchamos cada por estas fechas cuando toca volver a izar la bandera yeclana del arcoiris. Intolerantes han habido siempre y van a seguir de por vida pululando entre nosotros. Y no solo en lo tocante a esta cuestión. Los encontramos igualmente en el deporte, la política, la cultura y, por su puesto, también en los medios de comunicación. Debatir hoy sobre la aceptación de la homosexualidad es como ponernos a discutir sobre si nos parece bien o mal que el sol salga al amanecer. Quien no lo vea así tiene un problema muy grande. Me parece estupendo, no, lo siguiente, que se dedique un día a recordar que aún quedan metas por alcanzar pero no hay porqué convertirlo en una encarnizada lucha, como si aún viviéramos en los años 80 y siguiera abierta la taberna Vistalegre. Como decía mi madre, se saca más lamiendo que mordiendo.