Juan Muñoz Gil
Diciembre es el mes de pleno alboroque y todavía mas en Yecla por coincidir sus Fiestas Patronales con este ultimo del año, compuesto de una retahíla de celebraciones que desconciertan a cualquiera por la cantidad de actuaciones que obligan, quiérase o no, a la mayoría de los ciudadanos a sufrir, (es un decir ¡faltaría más!).todo un revolutum de festejos que acaban agotando hasta al más osado. Y esto, en mayor o menor medida ocurre desde ni se sabe, porque los romanos ya conmemoraban por estas fechas del solsticio de invierno las alocadas Saturnales, días de disfrute a tutiplén sin control alguno.
Y tanto entonces como ahora, las distintas edades de las gentes repercute en la capacidad y singularidad del disfrute ante tales festejos según la capacidad del ánimo para explayar, bien sea desde el punto de vista bullicioso, saturnal, religioso, amistoso o familiar, las capacidades de aguante, y los años de cada individuo asumen en sus diferentes estrados vivenciales, esta improvisación en el rutinario vivir con salidas de tono diferentes según y cómo. Por ejemplo, los niños, centralizan la cuestión festiva de estos días exclusivamente en los regalos que saben recibirán, y su cometido será esperar de la generosidad de familiares y adjuntos a ver que le deparan y con que generosidad se muestran.
Algunos compensaran la espera en el juego de instalar y adornar el Belén o el Arbol de Navidad, en tanto llega el día clave donde tienen centralizada su atención interesada. Y no menos los jóvenes, en sus continuas idas y venidas, sin lograr llegar a ningún sitio concreto, al no tener definido todavía ese futuro que les obliga dejarse llevar al donaire de las circunstancias, concluyen con alguna que otra barrabasada sin fuste ni careo, pero que podrán recordar y contar en un futuro enmarañado y confuso como el que a día de hoy les aguarda si la situación no cambia.
Y así también, los hombres y mujeres ya hechos y derechos, afrontaran este arrebato de festejos, exceptuando aquellos que se alejan del mundanal ruido a la campiña o montaña, continuamente evaluando el gasto al que sin darse cuenta se van implicando y que de una u otra manera no quedará más remedio que afrontar, encarando el dichoso mes siguiente, al que ya se tipifica como cuesta de enero, cada cual como mejor se pueda, aunque aun así, nadie se priva de cantar villancicos, lucir algún que otro modelo ocasional de temporada y hacer frente a los regalos pertinentes a que hubiese lugar.
Y están también los mayores, que cada vez rechazan con mas ahinco la definición de ancianos o viejos, pero se puede decir de estos sabios vetustos ser quienes viven más indiferentes estas efemérides. Eso sí, en el revolutum festero se libran de la impertinente vigilancia a que les obligan sus vástagos por olvidar la pastilla correspondiente al colesterol, la tensión, el azúcar, etc. y haciendo de su capa un sayo se saltan a la torera la medicación, al menos durante estas fiestas, a quienes les congratula poder decir al final del jubiloso acontecimiento anual, ¡que nos quiten lo bailao!.
Y así, un año más, trascurrirán las Navidades y lo que toca del Año Nuevo, deseándose entre todos, felicidad, salud, bonanza y prosperidad.