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jueves, 21 noviembre, 2024
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LOS DIEZ DEDITOS DE RAMIRO

A partir de ahora nuestro Ramiro ya no nos necesita, aunque siempre estaremos más pegados a él que su sombra… Y es que somos unos padres muy empalagosos

Hace ya casi 31 años no había ni una sola pareja que esperase a su primer hijo que no hiciera acopio de todas las revistas que por entonces se editaban repletas de consejos dirigidos a los papás primerizos. “Ser padres” y “Crecer feliz” eran las más vendidas. Una de aquellas publicaciones hasta regaló en una ocasión un oso de peluche con el que todavía duerme uno que yo me sé a pesar de que desde hace mucho tiempo tiene más barba que el emperador Adriano. Recomendaciones sobre la lactancia, si era más conveniente la leche materna o el biberón, la postura idónea en la que tenía que dormir el bebé, indicaciones para empezar con las papillas, qué hacer si el recién nacido no paraba de llorar, además de cerrar la puerta de su cuarto y subir el volumen de la tele al máximo… En fin, todas las múltiples y agobiantes preocupaciones que nos abatían mientras la semillita de papá iba creciendo en la barriguita de mamá. Pero, como todo en la vida, poco o nada tiene que ver la teoría con la práctica. Y, para no pecar de poca originalidad, omitiré aquello de que los hijos no vienen con un libro de instrucciones bajo el brazo.

Ojo, ni tampoco con un pan. Es como cuando te sacas el carnet de conducir y empiezas a aprender de verdad en cuanto te quedas tú solo ante el peligro sin el profesor de la autoescuela al lado. Por eso, por muchas revistas que nos empapamos, y por mucha atención que prestásemos a las sabias advertencias de abuelas, tías, primas, amigas, vecinas y todas las que pasaban por allí, en cuanto tuvimos a nuestro primer hijo en brazos, en adelante Ramiro, nos faltó tiempo para contar uno a uno todos sus deditos de las manos y los pies, por si se le hubiera quedado alguno dentro. Y no una vez sino un sinfín de veces hasta estar seguro de que no le faltaba ninguno. Lo que vino después fue un jarro de agua fría de realidad posparto hasta mentalizarnos de que de no teníamos ni idea de nada y que no había otra que ir improvisando y aprendiendo día a día, si es que alguna vez se termina de aprender a ser padres, que va a ser que no. Y así con un pañal y otro y otro… Hasta llegar a hoy, cuando faltan apenas dos días para que nuestro primogénito Ramiro contraiga matrimonio. Aquel pequeñín, que ahora se va dando con la cabeza en los cercos de las puertas y calza un 48, se nos va definitivamente de casa y, entre sonrisas y lágrimas, a su madre y a mí nos queda la satisfacción del deber cumplido. Y perdón por la frase tan cursi. Nuestro Ramiro ya no nos necesita aunque sabe que siempre estaremos más pegados a él que su sombra. Somos padres muy empalagosos. Nuestra obligación, desde que nos lo trajo la cigüeña a portes pagados, fue prepararlo para cuando le llegara la hora de enfrentarse a esto que llamamos vida y que tantas veces se nos hace cuesta arriba como tantas otras nos ‘esfara’ cuesta abajo y sin frenos… Querido Ramiro, mamá y yo sabemos que vas a ser muy feliz con tu Anica del alma porque aquel bebé que nació con todos sus deditos y dormía más horas que tiene el día, hoy se ha transformado en un gran hombre. Pero grande, grande de verdad. (Y, por cierto, mucho más grande por dentro que por fuera).

 

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