José Yago Ortiz
El domingo 7 de abril pasado había programados varios eventos en Yecla. Por un lado se celebró la fiesta final de la Ruta del Vino y la Tapa en el Parque de la Constitución. Y en la Feria del Mueble se llevó a cabo el Outlet de Asocomy.
Pero también había otro evento organizado por Finca Casa Rural Juanamare y la Asociación Kapaces, junto a la Concejalía de Medio Ambiente.
Este evento consistía en limpiar esa zona de Yecla (Camino de San Isidro y Camino del Lentiscar), de toda clase de residuos plásticos, vidrios, cartones, etc., y como modo de concienciarnos a todos de que debemos cuidar nuestro entorno.
Y a la llamada de los organizadores acudieron veinte o treinta ciudadanas y ciudadanos de Yecla, que decidieron levantarse temprano ese domingo para ir a limpiar, de forma altruista y solidaria, la vergonzante basura que otros ciudadanos y ciudadanas, mucho menos solidarios y mucho menos concienciados, habíamos ido tirando por la zona con total incivismo, y que en vez de ir a recoger lo que habíamos ido tirando, estábamos durmiendo, paseando o desayunando tranquilamente. Porque si de algo estoy seguro, es que ninguno de los que acudieron a limpiar esa zona el domingo tiene por costumbre tirar residuos al suelo y en cualquier lado.
Esa recogida de residuos tenía, como ya he dicho, como principal objetivo, según sus organizadores, la de concienciar a los yeclanos sobre que no se tire de todo y por todos lados, dejando nuestros parques, nuestros caminos y en resumen nuestro entorno, sucio e impresentable.
Porque, lamentándolo mucho, hay que reconocerlo: somos una sociedad incívicamente sucia con nuestro entorno. Será una minoría, no lo dudo, pero es una minoría más que suficiente para causar un resultado de suciedad inasumible y apabullante.
En realidad, estos yeclanos y yeclanas que se dispusieron un domingo por la mañana a recoger basura tirada por otros, mientras que esos otros estaban tan tranquilos en sus casas, en el bar, o paseando por otro lado, y quién sabe si ensuciando el lugar por donde estaban, creo que era una autentica y silenciosa bofetada simbólica y colectiva a la sociedad en general, y una bofetada en particular a quienes sin ningún cuidado, sin miramiento alguno, sin respeto para sí mismos, ni para sus familias, ni para los demás, tienen a bien usar el entorno común de todos como su basurero particular.
Sin duda es de vergüenza colectiva ver cómo están los caminos de alrededor de la ciudad por donde paseamos, corremos o andamos los yeclanos. Es vergonzoso ver como ese pequeño porcentaje de personas sigue viendo el campo, las calles, las plazas y las avenidas como un inmenso estercolero donde poder tirar todo tipo de residuos sin sonrojarse lo mas mínimo. Solo hay que andar por uno de estos caminos o vías de servicio de los alrededores de nuestra ciudad, y mirar a los lados, para ver que los márgenes están llenos de botellas, plásticos, vidrios, paquetes de tabaco, cartones de todas clases, y bolsas de basura, sí bolsas llenas de basura, perfectamente atadas algunas, y arrojadas allí desde la ventanilla de algún coche, para así no molestarse en depositarlas en algún contenedor.
Se trata de una suciedad injustificable, vergonzosa y vergonzante para Yecla y para todos nosotros colectivamente.
Deberíamos concienciarnos y acabar con esta suciedad, lo que sin duda sería muy fácil. Con solo el gesto personal de que cada uno de nosotros se comprometa consigo mismo, que es con quien primero se tiene que comprometer, a simple y llanamente no tirar basura, nunca, ni bajo ningún concepto, al suelo, bastaría.
¿Parece fácil, no? Pues sí, parece muy fácil, pero lo que veo no me hace ser optimista al respecto. Más bien pesimista, porque podemos ver, con solo pasear por cualquier calle de Yecla, por cualquier parque, y ver que entre la sociedad más informada de la historia, y después de años y años de campañas gubernamentales y locales de todo tipo, a través de la televisión, en los colegios, etc., etc., sigue existiendo un injustificable número de niños, de jóvenes, de gente de mediana edad, de personas mayores, de empleados y parados, de creyentes y ateos, de solteros, divorciados y casados, que siguen tirando al suelo la botella de agua vacía, el envoltorio del helado, el paquete de tabaco acabado, la bolsa de pipas, las bolsas de plástico, la lata de refresco y demás restos similares, con civismo mínimo y con guarrismo máximo.
Como resultado la ciudad por algunas zonas, no solo del casco urbano, sino principalmente por sus alrededores, está sucia, muy sucia; y esa suciedad no está ahí por generación espontanea, sino que es una suciedad producida y tirada por nosotros, por ciudadanos y ciudadanas sucias.
Puede que no nos demos cuenta porque nos hemos habituado a vivir entre la suciedad, y como a todo se habitúa uno, pues no nos llama la atención esta situación. Pero lo que es innegable es que tenemos una ciudad sucia, llena de todo tipo de plásticos, vidrios, cartones, latas, o lo que sea, y es innegable que con esta conducta no la respetamos, y de paso ni nos respetamos a nosotros ni respetamos a los demás.
Deberíamos hacer un mínimo esfuerzo personal y colectivo por cambiar esta realidad. No cuesta dinero, no cuesta trabajo, y el resultado sería unos caminos, parques, calles o plazas mucho más agradables y limpias.