Nos guste o no, tenemos que admitir que la abstención ha vuelto a ganar unas elecciones, en este caso las Europeas. A quienes pensamos que tendríamos que votar por obligación, como en Bélgica o Grecia y algún país más, o de lo contrario que nos cayera una multa de las gordas, al menos nos queda el consuelo de que el domingo 9 de junio la abstención ganó aunque solo por los pelos. Pero ha ganado. Y ese es el problemón que no queremos ver pero que es uno de los factores de más peso a la hora del recuento final. En España no tenemos la obligación de votar, pero los que han ganado con la abstención salen perdiendo porque si no votan luego no tienen ningún derecho a quejarse.
Creo que tendríamos que preocuparnos más por las causas que llevan a la mitad de los electores a huir de las urnas. Los datos sobre las motivaciones de la abstención no deberían pasar de puntillas entre tantos balances, debates y conclusiones que se suceden tras las elecciones como si diera miedo o vergüenza analizar hasta el fondo las razones de los que renuncian a votar. Para mí desde siempre los porcentajes de abstención tienen unas connotaciones tan importantes que habría que intentar descubrirlas. Nadie sabe a quién y porqué ha votado el vecino, salvo que el vecino esté afiliado un partido y nos lo encontremos en un colegio electoral, de aquí para allá, con su acreditación colgada al cuello o con la gorra o la camiseta estampadas con las siglas de su formación. Y por las mismas nadie tiene porqué saber qué es lo que empuja a quienes han echado su papeleta a la papelera, sin ni siquiera molestarse en votar en blanco o introduciendo dentro del sobre una papeleta nula con un tachón o el primer improperio o garabato que se les ocurra.
Pero no es menos cierto también que, como estoy convencido, tendría que existir más interés por parte de partidos, sociólogos y politólogos en intentar averiguar las razones que llevan a ¡¡casi la mitad del electorado!! a no querer ni oir hablar de elecciones. Aunque sea un razonamiento de perogrullo, no es lo mismo hacernos a la idea de que este o aquel partido ha obtenido un tanto por ciento de votos sobre el total de los electores que sobre la mitad de los que realmente han ido a votar. En el caso de Yecla, de los 26.115 electores llamados a las urnas han votado únicamente un poco más del 50%. Quizás o, mejor dicho, seguramente, si se conocieran las causas de los abstencionistas los partidos podrían elaborar con mucho más acierto y atractivo sus propuestas. Y, sobre todo, sería un revulsivo para que la clase política se animara de una vez a practicar más la autocrítica a la hora de sacar sus conclusiones sobre nuestra realidad social. Los políticos se tiran, y nos tiran, al degüello criticando que la ciudadanía vote a uno u otro partido. Pero no llegar al fondo del hartazgo de un índice de abstención tan elevado a lo mejor sea la raíz por la que están emergiendo con fuerza partidos inconcebibles hace años, que solo vienen a liar la madeja pero que son el reflejo de la indiferencia hacia la política actual de tantos miles, millones en el caso de Europa, convencidos de que no les representan ningunas siglas.