Un año más acudimos al Día Mundial de la Prevención del Suicidio, para lanzar un mensaje de esperanza, y para llamar a la acción ante esa consecuencia indeseada que origina el sufrimiento psíquico.
Teniendo en cuenta la cifra de 4.227 suicidios registrados en el último curso, y que por cada suicidio consumado se producen otros veinte intentos, démonos cuenta de la magnitud de la tragedia, y de la necesidad de abrir un canal de confianza para que la persona que sufre haga un esfuerzo de superación.
Cada curso fijamos la mirada en un colectivo vulnerable, y en esta edición observamos una
realidad que se esconde en el mundo del deporte.
Todos y todas disfrutamos con las competiciones deportivas de alto nivel. Sin embargo, no somos capaces de ver las exigencias y privaciones de los y las deportistas que aspiran a la perfección.
Vemos la belleza de los ejercicios, pero olvidamos la lucha diaria en los entrenamientos, y la soledad de una vida entre aeropuertos y frías habitaciones de hotel.
Mientras están en la plenitud de sus carreras, la mente y el cuerpo permanecen centrados en el alto rendimiento, y tienen la fortaleza suficiente como para manejar situaciones de frustración.
Aun así, la presión del éxito es una amenaza constante, y la mente puede acabar cediendo y pidiendo un tiempo de reflexión. En este sentido, son muchos y muchas las deportistas de élite que se acompañan de un equipo de psicología para medir el impacto sobre la salud mental.
También sabemos que las condiciones físicas acaban resintiéndose al cabo de unos pocos años, y estos y estas deportistas han de enfrentarse al día después. Se hace necesario un plan B, “¿y ahora qué?”.
Es este un momento delicado y se debe contar con sistema de apoyos que redirija sus vidas más allá de la competición, y se reduzca así el riesgo de una conducta suicida, ante el avance de la incertidumbre.
Hemos visto la vulnerabilidad en el deporte, pero lo cierto es que el problema del suicidio sigue siendo un fenómeno social silenciado, y esto nos impide formular una solución.
El estigma, la culpa, y los prejuicios obstaculizan la prevención, la detección precoz, y el tratamiento consiguiente.
Es hora de agarrarnos a esa tabla de salvación que es la esperanza. Para ello, hemos de actuar de forma positiva y consciente:
Hay que desmontar los mitos y falsas creencias, e intervenir según la evidencia científica.
Tenemos que planificar los servicios de atención en los ámbitos educativo, laboral y sanitario.
Hay que crear sistemas de apoyo, de acompañamiento, y de seguimiento posteriores a las crisis suicidas. La persona con ideaciones debe interaccionar con la sociedad, sentirse comprendida, y desarrollar un instinto de supervivencia que le ponga en el camino de la recuperación.
Debemos sensibilizar a los medios de comunicación, para que se involucren en la prevención de la conducta suicida, ofreciendo información de calidad, y un catálogo de recomendaciones. El primer paso es ganar tiempo.
Una vez rompamos el silencio, y aflore una conciencia colectiva, habremos creado un entorno propicio para que la persona pida ayuda, se sincere, exprese sus sentimientos, y conecte con la vida.
Tampoco hay que cegarse con la perfección. Basta atesorar instantes de emoción, contento y felicidad.
Manifiesto institucional leído este martes 10 de septiembre en el salón de plenos del Ayuntamiento con motivo del Día Mundial de la Prevención del Suicidio 2024 a cargo de AFEMY (Asociación de familiares y personas con enfermedad mental de Yecla), con la asistencia de concejales del equipo de Gobierno y grupos de la oposición.