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sábado, 23 noviembre, 2024
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La lealtad en política

Ángel del Pino Moreno (*)

Según la Real Academia, lealtad significa guardar a alguien la debida fidelidad, y se relaciona con conceptos como legalidad, verdad y realidad. La lealtad implica un compromiso profundo con una persona o entidad, basado en la confianza y el respeto mutuo. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la lealtad no debe ser sinónimo de sumisión o aceptación pasiva de decisiones incorrectas.

Es fundamental diferenciar entre la lealtad hacia un partido o ideología, y la sumisión al líder de ese partido, especialmente cuando este último se encuentra en un camino equivocado. Ser leal no implica apoyar incondicionalmente todas las acciones de un líder político, sino más bien estar dispuesto a expresar discrepancias y críticas constructivas cuando sea necesario. La lealtad verdadera se basa en la honestidad y la integridad, y no en la obediencia ciega.

Es importante entender que la discrepancia con las decisiones de un líder político no equivale a deslealtad hacia un partido determinado. Es perfectamente válido expresar opiniones divergentes y cuestionar las acciones de quienes nos representan, siempre y cuando se haga de manera respetuosa y constructiva. Pero ¿es posible ser leal con otros si no lo soy conmigo mismo? Si no somos fieles a los principios y valores de cada uno, si no respetamos y defendemos nuestras creencias, principios y valores, incluso cuando eso signifique ir en contra de la corriente. ¿Cómo podemos pretender serlo con los demás?
Si anteponemos la lealtad hacia los demás por encima de nuestra propia lealtad, estaríamos cayendo en una falsa lealtad ya que estamos faltando a la esencia de lo que es la lealtad.

En muchas ocasiones, la falta de lealtad hacia uno mismo se debe al miedo a perder beneficios o para evitar conflictos. Sin embargo, ceder nuestros principios por temor a las consecuencias, y nos traicionamos a nosotros mismos, solo nos convierte en sumisos hacia los demás. La verdadera lealtad implica mantenernos fieles a nosotros mismos, incluso cuando eso signifique enfrentarse a dificultades. Si el líder de un partido no es leal con los principios éticos y compromisos de su campaña electoral, ¿estamos obligados a apoyarle?

Ser leal a un determinado partido, ¿es permitir la corrupción dentro del partido? (Gürtel, ERES, Koldo…) Ser leal, ¿es apoyar con mi voto la amnistía, totalmente anticonstitucional y antidemocrática, y para más, si no se mencionó en campaña preelectoral? Hay que ser leal a tomas de decisiones interesadas y/o equivocadas?

Cuando la lealtad, se basa en intereses personales o beneficios materiales, perdiendo de vista lo que es correcto y justo, caemos en una falta de ética y de moral. Esta lealtad, se transforma en sumisión interesada hacia aquellos que detentan el poder. Ya lo dijo Alfonso Guerra, “quien se mueve, no sale en la foto”.

Independientemente de la ideología, todos hemos sido testigos de lo acontecido en los partidos de nuestro entorno, y hemos visto desaparecer de la primera línea de responsabilidad al afiliado, militante, cargo, que ha discrepado con lo que dice “el jefe”, confunden la lealtad con la sumisión. Sólo caben los militantes, afiliados, cargos… sumisos
¿Dónde quedan la dignidad personal y la verdadera lealtad?

En la política actual, el concepto de lealtad parece haber experimentado una distorsión preocupante. Ahora, la fidelidad al partido se ha elevado por encima de cualquier otro valor, seguir al líder sin cuestionar sus acciones es considerado el máximo acto de lealtad. En estos tiempos, ser crítico implica ser etiquetado como desleal, como alguien que no sigue las directrices del líder establecido. Este fenómeno se asemeja más a una secta, en la cual el carismático líder detenta todo el poder, y los demás carecen de voluntad propia o principios sólidos.

Actualmente, la noción de lealtad se ha transformado en una suerte de adoración hacia el líder, independientemente de la causa que defienda, de los principios éticos o morales que infrinja, y sin importar el contexto en el que se encuentre. Este tipo de lealtad ciega revela un alarmante debilitamiento de la capacidad de raciocinio y discernimiento de los seguidores, así como un preocupante desdén por los valores fundamentales que deberían regir la política y la sociedad.

Para mí, ser desleal es olvidar las propuestas presentadas en un programa electoral. La lealtad no debería significar ceguera ante los errores o desviaciones de un líder, sino más bien un compromiso con los valores y principios que se defienden.

Ser crítico no implica ser desleal, al contrario, la crítica constructiva es fundamental para el crecimiento y la mejora de cualquier organización política. Cuestionar las decisiones de un líder no es un acto de traición, sino una muestra de compromiso con la transparencia y la honestidad. La lealtad no puede ser un cheque en blanco para actuar de manera arbitraria o injusta, no puede estar por encima de los principios éticos y morales. Defender a un líder a toda costa, incluso cuando sus acciones van en contra de los valores fundamentales de la democracia, es un acto de complicidad más que de lealtad.

Es crucial recordar que la política debe ser un instrumento al servicio de los ciudadanos, un medio para promover el bienestar común y la justicia social, y no al servicio de los partidos, buscando únicamente sus propios intereses. Cuando se priorizan los intereses partidistas por encima del bienestar de la sociedad, se corre el riesgo de socavar la confianza en las instituciones democráticas y alimentar un peligroso descrédito en la política en su conjunto

En definitiva, la lealtad no se puede confundir con la sumisión ciega.

(* ) Ángel del Pino Moreno es médico jubilado.

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