No entiendo el mecanismo de la taza del water y quieren que sepa en qué consiste y cómo funciona la domótica, la digitalización o la realidad virtual
Antonio M. Quintanilla
Si lo pensamos solo un poco no será un desatino llegar a la conclusión de que la inteligencia artificial se nos ha ido de las manos antes de empezar, o sea, antes casi de que llegara a nuestras vidas. “Inteligencia artificial: desarrollo y utilización de la informática con el propósito de reproducir procesos de la inteligencia humana”. ¿Todavía queremos más inteligencia artificial, o algo muy parecido, de la que ya dependen nuestras vidas, esclavizadas y controladas por las nuevas tecnologías sin las que ya no sabemos hacer la “o” con un canuto? Vivimos enganchados y dependientes de toda clase de mandos y dispositivos que han transformado y ordenado nuestra conducta.
No me explico cómo funciona el mecanismo de la taza del water y quieren que entienda en qué consiste la digitalización, la domótica, los impulsos electrónicos o la realidad virtual. Estamos ya poseídos por la inteligencia artificial o algo muy pero que muy parecido. Poco nos queda para acabar como la niña de El Exorcista pero sin poder echar al demonio por la ventana porque nunca ya nos lo vamos a poder quitar de encima. Y a las prueba me remito: me despierto cada mañana cuando tiembla el despertador de mi reloj electrónico de pulsera. A la vez me informa con milimétrica exactitud sobre si va a hacer un calor de espanto o me tengo que poner calzoncillos largos porque se espera un frío que pela.
Me preparo un café encendiendo la linterna del móvil para no desperatar a aquí mi señora. Mientras lo tomo escucho la radio con unos auriculares, sin cables ni enchufe, que se conectan solos con la radio del teléfono vía bluetooth (Léase blutú, blutu o bluto. ¿Bruto, tu también, hijo mío?). Antes de salir de casa le digo a Alexia que añada champú y huevos a la lista de la compra. Alexia me desea que pase un feliz día y yo como un tonto el haba le respondo: “Gracias, bonica, tú también”. En el ascensor otra voz desde una tele pequeña sujetada junto a los pulsadores de los pisos me avanza las últimas noticias en España y el mundo. Cuando estoy a pocos metros de la cochera presiono un mando a distancia y se levanta la puerta de acceso. Una vez dentro del coche arranco el motor con solo presionar un botón, y en ese preciso momento se enciende la pantalla de un ordenador y a través de una cámara trasera voy controlando que los pilares de la cochera se muevan lo menos posible.
Cuando salgo a la calle se activa el Tom Tom y, como si el más tontón de los dos fuera yo, le digo dónde me encamino para que me vaya dirigiendo, y de paso que me me llame a dos o tres personas para hablar con ellas mientras voy conduciendo casi sin manos y sin dientes. Y así de abducidos y conectados vivimos durante 24 horas. Deseando estoy a todas horas encontrarme con alguien de carne y hueso, aunque tenga sobrepeso, le huela el aliento o sea del Barcelona, para mantener una conversación con un ser humano de los de toda la vida del Señor. ¡Y eso que se supone que todavía no ha llegado la inteligencia artificial al cien por cien a nuestras vidas! Que Dios nos pille confesados aunque sea con inteligencia artificial, celestial y divina. Pero que se apiade de nosotros.