Tendríamos que cambiar la coletilla de “feliz año nuevo” por la de “te deseo que a pesar de todo llegues al final del próximo año”
Desear feliz año nuevo a todo el mundo con el que nos cruzamos estos días por la calle es señal de tener muy buenas maneras aunque no por ello deja de ser un cumplido más que arriesgado y tal vez hasta imprudente. Pero las buenas formas nunca hay que perderlas aunque más veces de las que quisiéramos no nos quede otra que mandarlas a paseo porque se nos dispara el pesímetro o porque nos obligan a ello. Tampoco es muy recomendable comportarse como un pan sin sal. Con la edad, y no me refiero a tener mucha edad sino a alcanzar esa edad en la que aceptas que las cosas son como son y no van a cambiar nunca, te conciencias de que los planes hay que hacerlos siempre de hoy para mañana pues nunca sabemos lo que nos puede suceder en las próximas horas. No creo en las bolas de cristal, ni en los horóscopos, ni en los augurios ni en las profecías, ni mucho menos en que nuestro destino, lo que vaya a ser de nosotros de aquí en adelante esté escrito en ningún sitio desde el mismo momento en que llegamos a este mundo.
Si hay un aspecto que destaque de los demás y que sea el que más defina esta cosa que llamamos vida/existencia es sin duda la mezcolanza de penas y alegrías, preocupaciones y sosiegos, disgustos y satisfacciones con los que no tenemos más remedio que seguir manteniéndonos en pie. Todo puede cambiar, mejorar o empeorar o quedarse como está en un abrir y cerrar de ojos. La vida consiste en mantener el equilibrio a pesar de los sobresaltos que, para bien o para mal, nos acechan a la vuelta de la esquina, como cuando los niños juegan a esconderse en un portal esperando a que pasen sus padres para darles un susto. Por eso es tan aventurado desearnos un feliz año nuevo por estas fechas. Sabemos cómo nos levantamos, con qué ánimo y con qué expectativas salimos a la calle, pero es imposible adivinar lo que nos espera, lo que nos depara cada día, o a lo mejor resulta que lo sabemos de sobra y para huir de nuestras realidades jugamos al gato y al ratón con nosotros mismos para evadirnos de tantas evidencias no queriendo ser demasiados conscientes de cómo y dónde vamos a acabar todos.
Es inconcebible predecir si cuando menos lo esperas va a sonar el teléfono y nos van a dar la noticia que nunca quisiéramos escuchar, o que quisiéramos escuchar pero dentro de muchos más años y no precisamente ahora, o por el contrario vamos a atender la llamada y a estallar de felicidad ante uno de esos acontecimientos que nos cambiará la vida para siempre. Pero unas y otras, las buenas y las malas noticias, son por igual circunstancias inesperadas a las que estamos expuestos desde que nos suena el despertador hasta que cerramos los ojos hasta la mañana siguiente. Por eso quizás tendríamos que ir pensando en cambiar la consabida coletilla de estos días y en lugar de “te deseo feliz año nuevo” podríamos empezar a decir “te deseo que a pesar de todo llegues al final del próximo año” porque, para qué engañarnos, de sobra sabemos que el año que viene volverá a ser igual de incierto e impredecible que este que ya se nos ha escapado de las manos.