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martes, 14 enero, 2025
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CRÓNICAS YECLANAS: ¿Y ahora qué hacemos con los Reyes Magos?

Tengo amigos muy republicanos, incluso muy republicanos de derechas, para que vean hasta dónde puede llegar la indignidad y la vileza humana

Antonio M. Quintanilla Puche

Lo dijo Neil Armstrong al pisar la luna: “Un pequeño paso para el hombre pero un gran salto para la humanidad”. (Aclaración: Salvo cuando se torraba al sol más de la cuenta, el astronauta Neil Armstrong nada tenía que ver con el trompetista Louis Armstrong, al igual que a Henry Ford no le unía parentesco alguno con Roquefort, solo compartían su pasión por el queso frito con tomate). Pero vamos a lo que vamos. Emulando al primer hombre que pisó la luna (y al que tampoco, que se sepa, unen vínculos familiares con la Escuadra Los Luna), podemos afirmar que este año hemos dado un pequeño paso para Yecla pero un gran salto para la humanidad que poblamos el Extranjero: tras muchos siglos de lucha descarnada y sin cuartel, hemos conseguido que los Reyes Magos dejen de repartir sus paquetes montados en sus caballos como tradicionalmente venía ocurriendo en Yecla desde ni se sabe. Desde tiempos de Maricastaña como decía mi abuela. Una tradición carca y reaccionaria que solo ha traído desgracias y mala reputación a este pueblo.

Fue en 2018 cuando logramos eliminar los caballos del mágico reparto sustituyéndolos por jaimas importadas de los países del Jamás Jalaré Jamón. Aunque nadie nos explicó porqué el mismo año que nos quitamos de encima el reparto de paquetes sobre los reales caballos se descargaron balas de paja junto a Sus Majestades. ¿Serán vegetarianos los tres Reyes Magos? Misterios yeclanos sin resolver. Tampoco se explica nadie cómo ante aquella victoria histórica que alcanzamos tras multitudinarias manifestaciones, no continuamos luchando, compañeros y compañeras, para cortar por lo sano también la peligrosísima presencia entre tantísimo público de los caballos en San Antón y San Isidro, los caballos de las Siete Palabras, los caballos de los tableros de ajedrez y, ya que estamos, contribuyamos también a acabar con los caballos del vino de Caravaca. E igualmente no dejemos de luchar con uñas y dientes, hasta la victoria siempre, para que desaparezcan los caballitos de la ola de los caballitos.

Cuánta crueldad y salvajismo supone mostrar a los niños esos tiernos caballitos atravesados con saña por una barra metálica de sube y baja para satisfacer los instintos más bajos y rastreros de sus padres sádicos y sin escrúpulos. ¿Y los caballitos ponis? ¿Y los caballitos de mar? ¿Y los caballitos con mayonesa? ¿Y las caballas en aceite o en escabeche? ¿Es que somos animales? No podemos desfallecer ahora hasta desterrar de nuestras costumbres más vetustas todo rastro de maltrato animal, inquina equina y depravación mucho más repugnantes que tirar una cabra desde el campanario. Después de los caballos, ahora nos toca cargarnos para siempre a los Reyes Magos. Tengo amigos muy republicanos, incluso muy republicanos de derechas, para que vean ustedes hasta dónde puede llegar la indignidad, la vileza y la ignominia (¿o es ingominia?), para los cuales supone un vil atropello y un agravio inmundo que Melchor, Gaspar y Baltasar sigan pavoneándose con sus coronas cada Navidad. ¡Abajo la realeza tirana! ¡Que vuelva monsieur Guillotin! Todo lo cual proclamo en serio, en sirio, en Soria, en serie y en paralelo.

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