Fue en las reuniones de los movimientos católicos obreros de San José donde don Pedro el párroco y sus feligreses fraguaron la idea de constituir una cooperativa que construyera viviendas dignas y asequibles para las familias más necesitadas
Todas las historias tienen un punto de partida y esta comienza a mediados de los años 60 del pasado siglo XX y bastante alejada del la zona de Yecla que da título a este relato. Concreta-mente en la parroquia de San José Artesano.
Por aquel entonces, y aunque tímidamente, Yecla había empezado a crecer hacia arriba. Muchos yeclanos habían empezado ya a soñar con adquirir un piso en aquellos primeros edificios que terminarían cambiando nuestro paisaje urbano y eran símbolo de los nuevos tiempos. Más modernos y confortables que las casas de campo o del pueblo donde vivíamos la mayoría. Pero aquellos sueños se figuraban inalcanzables cuando chocaban con la realidad de la generalizada penuria de la época. Yecla todavía no había alcanzado el estatus de próspera ciudad industrial y las economías familiares a duras penas daban lo justo para ir tirando. Muy pocos podían permitirse ‘el lujo» de comprar un piso que costaba 300.000 pesetas (1.800 euros de ahora, para que los lectores jóvenes hagan sus cálculos).
Todas esas preocupaciones y desvelos llegaron a oídos del sacerdote Pedro Robles Baeza, don Pedro, que en 1965 había sustituído a Joaquín Martínez Guilla-món, el primer párroco al frente de San José. Don Pedro dirigía los movimientos católicos de raíces obreras que en torno a su parroquia surgieron con gran determinación. Conocía al dedillo las dificultades y ahogos que padecían sus incondicionales feligreses.
En el transcurso de aquellas reuniones donde don Pedro y sus parroquianos fueron poco a poco fraguando la idea de constituir una cooperativa con suficientes socios como para poder emprender la construcción de un barrio de viviendas dignas y asequibles.
Don Pedro organizó la primera toma de contacto con el Ayunta-miento de Yecla, encabezando una delegación de vecinos que se reunió con el entonces alcalde José Martínez Sánchez y el aparejador municipal José Mataix Miralles, quien asesoró minuciosamente sobre todo ‘el papeleo» necesario para fundar una cooperativa con el ‘sello» de obra social o protección oficial con la que acceder a las ventajosas subvenciones del Ministerio de la Vivienda.
A partir de aquella decisiva reunión el sueño empezó a tomar forma. Los primeros vecinos involucrados en el proyecto se pusieron manos a la obra, sin prisas pero sin pausa. Se intensificaron las gestiones, los numerosos viajes a Murcia y a Madrid (pagando la gasolina a escote, comiendo los bocadillos que preparaban antes de salir y volviendo en el mismo día para no perder jornales de trabajo). En el Casino Primitivo, hoy Escuela de Música, se acondicionó un despacho como sede de la cooperativa donde por la noche, hasta altas horas, los voluntarios atendían a todos los interesados y se formalizaban las altas y todos los trámites necesarios…
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