Ramón Puche Díaz (Filólogo y empresario)
En España cada año alrededor de 100.000 hijos viven la ruptura de sus progenitores y de ellos unos 85.000 hijos son menores de edad. Es difícil conseguir los números exactos, o al menos aproximados, de separaciones con niños en Yecla ya que no hay ningún registro oficial que lo recoja.
En realidad no es propósito analizar los números de esta circunstancia. Con un caso es suficiente. Hace unas semanas un profesor de educación primaria de nuestro pueblo me mostró la redacción de uno de sus alumnos; les había pedido que escribiesen acerca de lo que les preocupaba y aquí reproduzco el texto de uno de ellos: “A mí las cosas que más me preocupan son las que le pasan a mi papá y a mi mamá.
Cuando yo era pequeño recuerdo el tiempo que pasábamos los tres juntos y mis papás no se peleaban. Una vez entré en la cocina y mi papá le dio un beso muy larguísimo a mi mamá y cuando me vieron se rieron mucho. A mí me dio mucha vergüenza y me puse rojo. También me acuerdo del domingo de la playa que mi mamá estaba tomando el sol en la arena y mi papá y yo le llenamos la espalda a mi mamá de crema del sol y le dimos un gran masaje.
Pero eso fue cuando yo era muy pequeño. Ahora mi mamá me dice que mi papá no se preocupa de mí. Que si me quisiera me llamaría más por teléfono y me llevaría algún día a comer y me recogería de clase. Pero yo sé que mi papá sí me quiere aunque no se lo digo a mi mamá porque se pone rabiosa cuando habla de él. Mi papá tiene mucho trabajo porque así puede pagarnos a mi mamá y a mí seiscientos cincuenta euros todos los meses. Por eso no puede verme mucho.
También me dice que él me lleva los domingos a sitios caros que mi mamá nunca me lleva. Esto es verdad. Yo me lo paso muy bien los domingos que me toca con mi papá. Aunque lo que menos me gusta de mi papá es que cuando habla de mi mamá es como si yo hablara de ese chico tonto de mi clase que se burla de mí. Y yo me pongo serio cuando les oigo meterse el uno con el otro. Yo no sé por qué me dicen a mí todas esas cosas porque yo sufro mucho. A mí me gustaría estar los tres juntos otra vez y que se dieran besos muy larguísimos. O si no que pudiéramos ir juntos los domingos y pasarlo muy bien…”
Ningún niño merece vivir una guerra. Es triste que en tiempos de paz un niño tenga que vivir, por la necedad de sus padres, en medio de una guerra; y puede incluso que este niño un día se convierta en el trofeo de uno de ellos y acumule poco a poco bastante odio hacia el otro.
En la mayoría de los casos, cuando el niño ya convertido en adulto analiza con la perspectiva necesaria los hechos ya pasados y lo mezcla con su historia vital, siente un vértigo angustioso que ya no le permitirá recuperar el tiempo pasado y, por ende, su “no vida” con su denostado progenitor o progenitora, sea cual fuere el caso.
Y hay una pregunta que debe formularse uno mismo de forma obligatoria: ¿Qué es más importante para un padre?, el amor hacia su hijo o el odio que profesa hacia su expareja. En la respuesta está todo lo que somos.