Las Fiestas todas no han dejado de constar en el calendario aunque debido a la pandemia dichosa no se celebren, a no ser de una manera particular o en modo familiar rememorando lo que fueron esas celebraciones en años de bonanza y durante las cuales siempre quedó alguna anécdota o vivencia para recordar con un cariño entrañable.
Así que puestos a evocar, considerando la situación de aislamiento e impedimentos a la que aun nos vemos obligados vivir, vamos a dar rienda suelta a la memoria y recordar la época de aquellos años, llamados del hambre, pero en los que también Yecla celebraba su Feria con los correspondientes eventos, y que por humildes hoy serían irrisorios o más bien propios de un caserío perdido en el interior de la España vaciada, al quedar todo muy lejano del derroche a lo que últimamente estábamos acostumbrados.
Allá por los años 50 del pasado siglo, las atracciones de las ferias de aquel entonces eran escasamente unas voladoras, los caballitos y barcas a modo de columpios útil su actividad para dos personas, movidas por un primer impulso del dueño de la atracción y actuando seguidamente la fuerza o pericia de cada usuario, donde se podía hacer alarde ante la novia o pretendiente con una demostración de fuerza al conseguir elevar a lo más alto el artilugio en el balanceo. Y los niños, como entonces y siempre, exigían dar una vuelta mas en la atracción preferida según norma reivindicativa de la edad, ocasión para acomodar los tutores ese deseo a su comportamiento.
Y como las ferias desde siempre han supuesto comprar y vender no podía faltar el regalo a que cada año la ocasión obligaba, y precisamente hay que reconocer que por aquellos años no estaba tan prodigado recibir obsequios en cualquier momento como hoy ocurre por Reyes, Navidad, cumpleaños, onomástica o mero recordatorio de cualquier evento que venga al caso, ya que en aquella época la situación económica de la gente no daba para tanto siendo la necesidad la que se imponía al exclusivo capricho, aunque siempre se trataba de compensar a los seres queridos con cualquier bagatela.
También la feria del pueblo llevaba consigo el disfrute jocoso de unos pocos que se podían permitir ser socios de un Circulo Recreativo privado, o pagar entrada para acceder al jardín público vallado para la ocasión, con música de baile y la actuación de algún artista del momento, hasta que las fuerzas incipientes del futuro régimen democrático que se avecinaba, osaron arremeter violentamente en el recinto privatizado para disfrute de la autoridad y demás pudientes derribando las vallas, y dando paso libre al respetable que solamente se podía permitir observar y escuchar desde los aledaños del parque el disfrute que se ventilaba en el interior. A pesar de todos los pesares, las ferias eran esperadas con ilusión y perspectiva ya que al menos durante unos días se rompía el abatimiento y desesperanza de lo difícil que aquellos tiempos embargaba a una mayoría.
Como era natural, las ferias fueron renovándose en todos los ámbitos propios de la floreciente revolución económica y social, hasta el día de hoy, cuando la dichosa pandemia nos ha vuelto a recluir en nuestras casas negándonos todo aquello que con tanto esfuerzo y tesón se logró conseguir, aunque al menos queda poder hacer un viaje por el interior de nuestro país esos días festivos de convenio, viaje que siempre hemos ido dejando para mejor ocasión movidos por la imperiosa curiosidad de hacer lo que durante tantos años veíamos en esos franceses, alemanes, ingleses, señoreándose por nuestro territorio. Sin embargo, como año tras año quedaba pendiente disfrutar de todo lo nuestro, resulta que ahora durante la época vacacional hemos comprobado que en nada podía envidiar lo que tenemos en nuestro país a lo más vistoso y espectacular de los otros.
Lo que de seguro no van a faltar en esta edición son los botellones, esa actividad tan voluptuosa a la que una mayoría de nuestros jóvenes se apuntan, como ya ocurría en las ediciones feriales de años pasados a modo de reacción contra la autoridad, cuando es tanta la rebeldía que se precisa para encarar los desmanes, tropelías y desaciertos de nuestros políticos. Pero para bien o para mal cada generación acaba perfilando su mundo futuro.