He ido a un espectáculo de baile flamenco, taconeo y demás, y puse mi atención en las vestimentas de los bailarines: el hombre, el bailaor, lucía camisa negra y pantalón del mismo color.
La bailaora, un traje llamado de faralaes, con muchos volantes y una generosa cola, así que me pregunté a quién de los dos les costaba más esfuerzo desarrollar los pasos, las cabriolas y el taconeo.
A la bailaora, la mujer.
Bueno, nada, un detalle sin importancia fruto de las indumentarias tradicionales.
Mi vecina del tercero me cuenta que no se vacuna contra el coronavirus porque su marido es negacionista. No mencionó nada sobre su opinión al respecto.
Bien, otro detalle sin importancia. Total, ya se sabe, si el marido tiene su idea, para qué valen las propias.
En el bazar chino de la esquina un niño de unos cinco años le pide a su madre que le compre un collar de pequeñas cuentas multicolor y la madre le dice que eso no, que es cosa de chicas.
Nada, una frase hecha, no reviste más transcendencia. La mamá le dice al niño lo que es de chica o de chico, perfectamente diferenciado. Imagino que lo hará con la mejor de las intenciones.
En la publicidad televisiva encuentro una marca de perfume femenino, cuyo envase es un imposible tacón de aguja, y las mujeres que lo promocionan con su imagen,lucen también unos tacones inverosímiles.
Otro de talle sin relevancia; los tacones de aguja son elegantes, ¿quien lo dice? aunque con ellos los movimientos queden limitados.
Y en otros programas de televisión como concursos, noticias y demás, las presentadoras llevan con poca variación zapatos de tacón fino, por no hablar de la imagen indefectiblemente jóvenes y delgadas.
Detalles con poca notoriedad, claro, sin embargo libres del corsé y otros mecanismos que se decían atractivos y distinguidos, las de hoy son vestimentas y complementos que con la convención de que son muy femeninos, nos asoman al precipicio de unos cánones que dictan lo que es elegante.