Cada vez que llega el verano volvemos a dar la impresión de que seguimos sin entender lo que significa estar de vacaciones. Vamos, que no tenemos ni idea de lo que significa descansar en el más amplio y único sentido de la palabra. Me refiero sobre todo a quienes tienen la inmensa suerte de poder permitirse el lujo de desconectar de verdad porque durante su veraneo nadie los va a importunar con ningún contratiempo que altere o interrumpa su relajo pues ellos no tienen obligación de atender ninguna urgencia, ningún problema inesperado, que pueda surgir en sus trabajos en su ausencia ya que en su lugar se ha quedado algún compañero para sustituirle en caso de un repentino marrón. Y esa infinita fortuna de poder desenchufar al cien por cien durante las semanas en las que cada cual disfrute en verano nos tendría que llevar a dedicar esos nuestros días de asueto estival al más absoluto de los reposos.
De esa manera y no de otra nos lo indica el siempre asistido diccionario: “Vacaciones: Suspensión temporal del trabajo, de los estudios o de otras actividades habituales para descansar”. “Descansar: Reponerse del cansancio. Hacer una pausa en el trabajo o en otra actividad para recuperar fuerzas”. Pero nos pasamos estas definiciones por el Arco de los Reyes Católicos. En lugar de planear días y más días para aflojar la marcha y relajarnos, (don’t worry be happy), sin ningún tipo de prisa, obligación y compromiso, para soltar lastre de capazos de tensión, estrés y ansiedad, planificamos unas vacaciones precipitadas, como si el fin del mundo fuera a llegar al terminar nuestras vacaciones y nuestra vida se fuera a extinguir antes de volver a casa arrastrándonos con las maletas.
Y en lugar de recobrar energías, de recuperar el optimismo y las ganas de tirar para adelante, de recargar las baterías hasta los topes, regresaremos hechos polvo a la cruda realidad de la rutina, extenuados, agotados, sin fuerzas, cabizbajos y deseando volver al trabajo para tener de nuevo una excusa para poder descansar. (Paradojas de la vida. Somos más tontos que Abundio). Tengo amigos que me están contando los planes para sus vacaciones y les faltan días (y ya no digamos dinero), para abarcar todas las cosas que quieren hacer y todos los lugares que quieren recorrer. Por no hablar de los amigos que me cuentan, mientras yo les escucho despavorido, que aprovecharán su paréntesis vacacional para arreglar, limpiar, desembozar y pintar toda la casa por dentro, por fuera, por arriba, por abajo, la cochera, la piscina, el tejado, arreglar cerraduras, manivelas y bisagras, cambiar todos los muebles de sitio…
Con lo sencillo, práctico y reconstituyente que resulta pasar las vacaciones sin planes, sin hacer absolutamente nada, esperezarnos las veces que nos pida el cuerpo, con la mente en blanco, la mirada perdida, dejando que las horas pasen sin hacer el menor ruido para que no nos despierten y nos hagan la pascua… O sea, y dicho sea sin tanto refinamiento, tumbados a la bartola.