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domingo, 24 noviembre, 2024
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MUERTOS Y ENTERRADOS

Nada de que al final desaparecemos, decimos adios para siempre, emprendemos el último viaje… Nos morimos, así de sencillo

La ha liado parda estos días el genial Arturo Pérez Reverte. No falla, siempre que habla sube el pan. Yo disfruto mucho escuchándolo sin pelos en la legua. En esta ocasión el escritor cartagenero ha venido a decir que a nuestros hijos los hemos criado entre nubes y paños calientes, lo que significa que nuestros hijos van a sufrir lo indecible porque no los hemos preparado para hacer frente a todos los problemas a los que por ley de vida se van a tener que enfrentar conforme se vayan haciendo mayores. Dos más dos igual a cuatro, dice siempre aquí mi Marimaite cuando la cuestión que estamos tratando es impepinable y no tiene vuelta de hoja por más tumbos que le demos. (Punto y aparte, y aparte usted que entramos de lleno en materia).

Pensaba en estas reflexiones/sentencias de don Arturo a la vez que caía en la cuenta de que nos toca de nuevo volver al cementerio enseguida con motivo de la celebración del 1 de Noviembre, día de todos los difuntos, unos más santos que otros. Celebrar y cementerio son dos conceptos que por mucho que no terminarán nunca de llevarse bien. Toca recordar a nuestros muertos y así hay que explicárselo a nuestros jóvenes sin darles mil rodeos echando mano de tantos eufemismos.

Mis queridos niños: que sepáis que las personas nos morimos, que desde que nacemos no hacemos otra cosa que caminar hacia la muerte, que somos carne de sepultura desde que abandonamos el vientre materno, asomamos la cabeza y nuestros padres empiezan a contarnos todos los dedos por si acaso nos hemos dejado alguno dentro. Yo cada vez que subo por el callejón de Murillo, por delante de donde nací, suelo esbozar una sonrisa con retranca diciéndome a mí mismo: “Por ahora aquí sigo y lo voy contando, ya veremos mañana”. Porque mañana estaremos todos muertos. Sí, repito, muertos. Mu-er-tos. Digámoslo así de claro a nuestros hijos para que lo vayan aceptando desde ya mismo y luego no se lleven ningún chasco. Dejemos a un lado tanto querer amortiguarles el golpe y esconderles la verdad sobre la levedad de nuestra existencia. Nada de que al final de la vida desaparecemos, nos vamos, nos despedimos, emprendemos el último viaje… ¡Ja! No, hijos míos, no. Nacemos para morir y para morir vivimos.

La muerte es la foto finish que nos espera a todos por muy lento o rápido que lleguemos al final, por muy bien o muy mal que nos portemos con nosotros mismos y con los demás. Aunque no fumemos, no bebamos, nos derrenguemos en un gimnasio, seamos unos golfos o hagamos vida monacal. Somos unos muertos. Muertos. Mu-er-tos. Muertos y enterrados. Porque así es la vida, porque nadie vive para siempre por mucho que se lo merezca. Porque por suerte para nosotros estamos muy vivos y esa fortuna de poder disfrutar de la vida tiene un alto precio que es la muerte. Nos vamos muriendo a cada día que pasa. Sí o sí, que dicen ahora los modernos. (¿Cómo os habéis quedao, queridos míos?).

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