Siempre me ha gustado mi pueblo, que es Yecla, y reconozco que he presumido de él. Su casco urbano, sus calles anchas rectas y arboladas (aunque no todas), su entorno, sus fiestas, en fin, yeclana que es una. Hace sólo unos días salí a caminar cerca del mediodía, siempre lo hago al oscurecer, pero debido al frío elegí ese horario. Como iba sola y no venía nadie conmigo que pudiera entretenerme charlando, tuve la ocasión de ir fijándome en el pueblo, y a decir verdad me quedé sorprendida de cuanto vi.
En primer lugar hay un montón de casas que han tirado al suelo porque se están cayendo de viejas, y, donde antes, no hace mucho, se levantaba un edificio de pisos, hoy se valla y punto. Reconozco firmemente que es preferible la valla a que se caiga el edificio al suelo y coja a algún transeúnte. Pero no dejo de ver lo fea que está Yecla con estas paredes que también las encontramos por el centro de la ciudad. Y yo me pregunto, ¿no se podría hacer algo con esto? En algunos pueblos de alrededor de Yecla las han pintado de blanco y han hecho dibujos preciosos y grafitis. Esto es sólo una sugerencia, pero al menos arreglaría un poco el entorno.
En segundo lugar acerté a pasar por la calle del Niño y cuando vi el parking que han hecho junto a la iglesia del mismo nombre, me quedé asombrada. Yo me pregunto, ¿ya está terminado, vamos a ver los yeclanos y forasteros que pasen por aquí ese fondo de paredes viejas, amarillentas y oscuras que se ofrece al viandante? El espectáculo que se nos ofrece a los ojos no es muy bonito que digamos. Posiblemente el primer teniente de alcalde y concejal delegado de Servicios Públicos y Obras e Infraestructuras, no ha pasado todavía por allí y no lo ha visto.
Y por último y lo más desagradable que vi fue una Yecla muy sucia. Es cierto que hay personal de limpieza del Ayuntamiento que pasan barriendo las calles, pero no así las baldosas, y ahí quiero llegar. Tenemos las calles llenas de excrementos de perros y las esquinas ni te cuento, están negras de las meadas y el olor que desprenden nauseabundo se incrementará con la llegada del calor. Hace unos días también pasé por la calle Játiva y algunas de las farolas que están frente al Instituto «Castillo-Puche» tiene en su haber tantas meadas de perros que la base que es metálica la tiene oxidada, con peligro de doblarse y caer al suelo. Igual no nos mata uno de los edificios que se están derribando, pero sí un farolazo.
Pude percatarme mientras caminaba por la acera que tenía que ir sorteando las “cataplasmas” de los perros, ¿o acaso usted que está leyendo eso no las sortea? Pero no queda aquí la cosa, muchos de estos excrementos son grandes y blandos, y cuando un vecino sin querer le ha puesto el pie encima y arrastra su zapato para limpiárselo en la baldosa, el emplasto se expande y se hace un metro más largo, y el pobre vecino se acuerda en ese momento del perro y de la familia de su dueño. Y no queda todo ahí, cuando llega a su casa con un “cabreo” de “María santísima”, tiene que tirar los zapatos a la basura, porque a ver quién es el guapo que se pone a fregarse los zapatos. En fin.
Me gustan muchos los perros, pero no tengo ninguno porque reconozco la responsabilidad tan grande que conlleva adoptar un perro.
Desde aquí, con humildad y con toda la razón, les hago llegar a todos los poseedores de perros, (ya sé que no son todos, que muchos cumplen y recogen las “caquitas”) que se comprometan a recoger las heces y no dejen los montoncitos por las baldosas y que lleven una botella de agua para limpiar los orines de sus perros.
La Ordenanza de Limpieza aprobada en el 2.020 establece que los que paseen con su perro deberán “de forma inmediata retirar y recoger los excrementos que estos depositen sobre la vía pública, debiendo, igualmente, proceder a la limpieza de la zona que hubieren ensuciado”.
Limpiemos los excrementos y los orines de las mascotas y evitemos así los malos olores y perseveremos el mobiliario urbano.
