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Yecla
viernes, 22 noviembre, 2024
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VOLVAMOS AL CARNAVAL

Quizás aquellos tiempos han pasado a la historia para siempre y pensar en recuperarlos sea simplemente una disparatada ilusión

El Carnaval de Yecla hace muchos años que ya no es lo que era. Vamos, que ni se parece en nada a los Carnavales que gozamos en nuestros años mozos, finales de los 80 y principios de los 90. Más o menos por el paleolítico, 2.500.000 a 10.000 años A.C.). Para los malpensados que por, costumbre y tradición, no soportan ni de lejos una sola sugerencia, insinuación o indirecta, ni toleran la menor crítica, por muy poco o muy mucho que sea de constructiva, vaya por delante una inmensa ovación acompañada de dos orejas, rabo de toro, paletilla y tres vueltas al ruedo, con un estruendoso y colosal aplauso de los que dejan teniente a la afición, dedicado a todas las peñas que se lo curran y participan en el Carnaval de Yecla, incluyendo la Chirigota Achy de nuestro ex José Ramón Martínez (el becario más dicharachero de todos cuantos hemos explotado son saña en esta casa). Si no fuera por ellas al Carnaval de Yecla hace muchos lustros que le hubiéramos dado el último adiós en alguno de los dos tanatorios de Yecla, porque hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad y podemos elegir dónde queremos recibir el paripé post mortem del pésame y las sentidas condolencias.

Por eso, aunque suene a ali-oli repetido, como dijo una presentadora anunciando un concierto de la Sonora Matancera, “mérito y honor a quien lo merece”. Y cada una de las peñas que mantienen vivo y coleando el Carnaval de Yecla se merecen todo el reconocimiento. Al igual o más que las sufridas madres, abuelas y tías que padecen durante las semanas anteriores el suplicio de poner a punto la vestimenta, plumaje, lentejuelas y abalorios de la chiquillería carnavalera (experiencia dixit). Si no fuera por las peñas y las academias de baile el Carnaval yeclano hubiera pasado a los anales, valga la escatológica expresión. (Punto y aparte. Y aparte usté, que viene gosando. ¡Asúúcar!).

Dicho lo cual, o lo cualo, para entendernos, lo que ocurre es que los que tenemos la misma soltura para movernos que una peonza cuando le sueltan la cuerda o una sábana cuando se le va la pinza, nos gustaría volver a vivir el Carnaval como en nuestros años pubescentes de vino y rosas (y obí, obá, un White Label con Seven Up). Algo así como una fusión entre los Carnavales de antaño y los de hogaño. Porque, la verdad sea dicha, redicha y requetedicha, hoy se nos quitan las ganas de disfrazarnos porque no encontramos ni ambiente ni espacios para soltarnos la melena. El entusiasmo de las peñas es envidiable pero el Carnaval empieza y acaba con ellas. Ya no se organizan bailes y concursos de disfraces para jóvenes ni mayores en ningún sitio. ¿Por qué? Yo lo comento con mucha gente por estas fechas y nadie sabemos responder exactamente cuál es la razón. Quizás aquellos Carnavales han pasado a la historia para siempre, como otras tantas cosas, y pensar en recuperarlos sea una disparatada ilusión porque los tiempos van cambiando y o lo tomas o lo dejas. Y no hay más. ¿O sí? Vaya usted a saber…

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