Por error de maquetación en nuestra edición impresa de hoy el presente artículo ha aparecido erróneamente atribuido a José Pascual Ortuño cuando su autor es Felipe Ortuño Muñoz.
Estimado Rafael, por habernos enseñado a amar a España con “Cartas a mi hijo” (de Gaspar Gómez de la Serna, E-Doncel), cuando fuimos “Aprendices de Hombre” (de Gonzalo Torrente Ballester, E-Doncel),te devuelvo ahora la carta.
Te has ido antes de la cuenta y te quiero decir unas “cosicas” a la oreja (no caigo en la tentación de escribir tu biografía porque eso lo han hecho y lo harán otros historiadores más autorizados).
He tenido la suerte de tenerte como preceptor y consejero. De la misma forma que en los gremios medievales el novicio iba instruyéndose con la praxis diaria de su maestro, yo he aprendido de ti cómo se debe llegar al fondo del asunto, y cómo se debe lidiar en la forma.
Te reconocieron institucionalmente el prestigio profesional con la concesión de “La Raimunda” y la Medalla de Oro del Colegio (además de otras medallas al mérito civil y sindical). Mas yo me siento privilegiado de gozar de un óptimo“conocimiento de causa”, porque te he visto trabajar los pleitos, estudiar las cuestiones en profundidad, desmenuzar las normas, los reglamentos, la jurisprudencia, para llegar al estudio jurídico integral de cada caso.
Matizo: primero estuve siete hermosos años de alumno con mi padre. José Ortuño, que a la vez fue mentor tuyo. Con él te iniciaste como letrado en su despacho de la calle Pascual Amat 4, junto a don Joaquín Vázquez Naranjo…
El vacío que dejó la prematura muerte de mi padre lo llenaste tú, que en lo jurídico, y en otros muchos aspectos, has sido un padre adoptivo para mí. Por eso “doy fe” de que eres un jurista hasta la médula. Y esa dedicación es como un sacerdocio que imprime carácter.
Como persona, Rafael, eres de los restantes pocos ejemplares de la vieja hornada.
Honesto, generoso, caballero, amigo de tus amigos y, lo que es más difícil, apreciado tanto por tus condiscípulos, como por los que teóricamente no lo son. Fuiste un gran alcalde (y no cobrabas sueldo). Nunca has abdicado de tus «ideales». Fuiste abogado labora lista y defendiste a muchos obreros contra empresarios de Yecla (algún patrón caciquil te quiso echar en su día del pueblo). Pero el compromiso social y moral estaba por encima de todo.
Tu padre, gran mecánico de máquinas de coser, murió cuando tú tenías 16 años. Pese a ello, tu afán estudioso, las capacidades y la entrega te permitió con seguir “beca-salario” con la que te hiciste abogado. Floreciste como monitor y luego subdirector del Colegio Mayor Universitario «Ruiz de Alda». Por oposición llegaste a ser “letrado-sindical”, compaginándolo con impartir clases en el Instituto de Enseñanza Media de Yecla, donde tuviste miles de alumnos, a los que enseñaste que en la barca de la vida hay que dominar la “VELA y EL ANCLA” (Enrique de Bustos, E-Doncel); es decir, que una veces has de surcar la vida a toda velocidad y otras hay que saber mantenerte aferrado al fondo.
Como siempre,»in fronte» magni viri femina magna esse solet(“delante” de un gran hombre suele haber una gran mujer); en este caso se cumple el brocardo. Tu “faro y guía” ha sido Concha. Bromeábamos diciéndote que ella te escribía los discursos. Esas dos formidables inteligencias, y vuestras voluntades, os depararon una descendencia que ha mejorado la raza. Amén de haber trazado una atinada política matrimonial con vuestras tres hijas, sólo equiparable a la de Isabel la Católica.
Si algo debe enaltecerse por encima de todo, respecto de tu persona, es la perfecta simbiosis con tu mujer. Siempre te ha cuidado Concha como un niño mimado y te ha sobreprotegido (“has comido buñuelos”).
A vuestras hijas las habéis educado en la necesidad del esfuerzo, del mérito; y han conseguido llegar muy alto. Nada de pijas, ni de cursis.
Y luego, a pesar de todos tus méritos y medallas, te he visto tratar con suma humildad a los colegas; pero sobre todo a los compañeros neófitos, recién dados de alta. Todos, sin excepción, han sentido mucho que hayas dejado de ser el “Decano” de la Curia Jurídica de Yecla.
A la gente le has dispensado un trato campechano, sencillo y cordial. Y dejas un gran vacío en la peña de los almuerzos con “sabor a viernes”, de la que eras también el “Veterano”. Te has ido a los luceros con Manolo y con Ortega, donde vais a tener que ir “pidiendo meza”.
Rafael, eres un gran camarada al que te tendremos siempre ¡presente!
Tu hijo adoptivo: Felipe Ortuño.