Aunque esos yeclanos anónimos nunca tengan un agradecimiento público siempre contarán con un Premio infinitamente mayor
De las mil y una anécdotas que podríamos enumerar de los Premios SIETE DIAS que entregamos este jueves 19 de octubre, coincidiendo con la edición de este número, la que quiero recordar hoy sin duda está entre las primeras, si no la primera del todo porque nos alentó a reflexionar sobre el porqué de estos galardones y a quiénes van dirigidos. Los Premios SIETE DIAS se estrenaron en 2001 para celebrar nuestro primer aniversario.
En 2007 dejamos a un lado los Premios porque dedicamos la gala a presentar nuestra segunda etapa bajo la cabecera actual tras la disolución de El Faro de Yecla. Todavía hoy algún que otro despistado llama a la puerta o al teléfono preguntando por El Faro. Desde entonces en cada uno de nuestros cumpleaños hemos continuado con la entrega de estos reconocimientos públicos ante los ojos de la sociedad yeclana. Es nuestra manera más honesta y veraz de devolver a Yecla todo lo que Yecla nos ha dado, (ahora lo llaman responsabilidad social corporativa), desde que arrancó a primeros de siglo este proyecto de prensa local consolidado tras 23 años como nunca imaginábamos al inicio de nuestra andadura. Muchos espectadores que acuden a presenciar la entrega de Premios no habían nacido cuando este periódico comenzó a imprimirse y a llegar cada jueves a las librerías de Yecla. (Ver sentados a esos jóvenes cuando subimos al escenario es una de las sensaciones más conmovedoras que percibimos cada año). Y precisamente fue una chica muy joven la protagonista de una de las anécdotas más emotivas que recordamos cuando llega la fecha de volver a otorgar las manos entrelazadas que dan forma a nuestro galardón.
La joven, que atendía al nombre de Julia y cuya edad no recuerdo, nos envió una carta muy íntima, cuando las cartas llegaban a los buzones y no a los ordenadores, contándonos que había fallecido su abuelo, yeclano de toda la vida, como suele decirse, de pies a cabeza, al que sin duda le habríamos entregado uno de los Premios “si hubiera sido más conocido”. Julia nos relató en breves líneas que su abuelo recién fallecido era como muchísimos otros abuelos de Yecla. Había nacido en una familia del campo muy humilde y con mucho trabajo sacó adelante a sus cinco hijos siempre cultivando la tierra de manera sacrificada y abnegada. Trabajar la tierra siempre será sinónimo de sacrificio. Como digo, Julia nos hacía especial hincapié en resaltar que el ejemplo de su abuelo era el mismo que el de otros muchos abuelos de este pueblo que igualmente lograron crear empresas de progreso que estaban dando trabajo a muchos empleados para que a su vez estos pudieran ofrecerle un futuro prometedor a sus familias. Por eso desde que recibimos aquella carta de Julia hablándonos de su abuelo, nuestros Premios van dedicados a todos los yeclanos anónimos que quizás nunca obtendrán un agradecimiento público pero que siempre contarán con un Premio infinitamente mayor: el reconocimiento y la eterna gratitud de sus familiares y conocidos más íntimos y allegados.