Todos los finales de año, más que un punto y final, son un punto y seguido de no sabemos exactamente qué ni hacia dónde
Por si por si casualidad no se había enterado, le afirmo, confirmo, reafirmo, firmo y refirmo que ya estamos en 2024, aunque miras por la ventana y nada ha cambiado después de toda la animación que una vez más se montó en Yecla en cuanto diciembre dijo aquí estoy con las Fiestas de la Virgen seguidas de la carraca navideña y la matraca de final de año. Y aún nos queda el último empujón en forma de resopón, también llamado roscón, de Sus Majestades los Eméritos, porque ya no están para muchos trotes, Reyes Magos de Oriente.
La rasca que nos está cayendo no ha impedido que Yecla se eche a la calle como si no hubiera un mañana con el desenfreno de las compras, el mercadillo navideño, las visitas a los belenes o los agobios de cuadrar fiestorros y comidas de empresa con comidas familiares y de amigos, sin olvidarnos de los ya tradicionales barullos multitudinarios de las nos menos ya típicas ‘tardebuena’ y ‘tardevieja’ con la que nos retiramos a comer las uvas con los pies más redondos que el reloj de la Puerta del Sol. Y no sigo con el bailoteo multitudinario y abierto hasta el amanecer de Nochevieja porque hace años que un servidor se cortó la coleta y dejé de mover el esqueleto salvo en contadas, honrosas, y cumplidoras excepciones.
Y todo ese traqueteo, que parece como que el último mes del año nos pasa por encima como una apisonadora poniendo patas arriba lo que va quedando de nuestra existencia, del primero al último de estos pasados 31 días. Y todo para quedarnos como estábamos y comprobar al día siguiente que las los árboles, las aceras y las esquinas siguen en el mismo sitio, al igual que las fachadas, callejones, plazas y demás paisaje urbano de nuestra siempre difícil de definir querida Yecla que a unos tanto nos apasiona y otros abominan. Es decir, exactamente lo mismo que ha ocurrido con nuestras vidas: un mes repleto de bebercio y comercio, prisas, compromisos, ‘trasnocheos’, corriendo con la soga al cuello para volver a la casilla de salida en cuanto suena la última campanada y casi nos atragantamos con la quinta o sexta uva porque yo soy incapaz de zamparme la docena de granos.
El final de año, más que un punto y final, es un punto y seguido de no sabemos exactamente qué. Porque aquí continuamos, echando de menos a los que se han ido para siempre este año y a los que están a nuestro lado aunque nos han dado la espalda, mascullando deseos que nunca se harán realidad por mucho que pasen los próximos doce meses que no vamos a tener más remedio que echarnos al cuerpo. Por eso he comenzado esta primera “Crónica yeclana” de 2024 con un gélido baño de realidad local: continuamos exactamente en el mismo sitio donde nos habíamos quedado y la vida sigue justo donde la habíamos dejado antes de que diciembre hiciera acto de presencia como un elefante entra en una cacharrería. A lo mejor es que todavía no hemos entendido que somos nosotros lo único que de verdad merece la pena que cambie con el paso de los años. ¿O no?