Con qué facilidad están hoy manejando nuestra voluntad y nuestras vidas a través de las huellas que vamos dejando en nuestros móviles
Siempre se ha dicho, y cuando se ha dicho siempre por algo será, que el primer paso para solucionar un problema es reconocer que tenemos ese problema. Si no admitimos que algo no funciona como debería malamente nos vamos a poner manos a la obra para remediarlo. Y con los teléfonos móviles, más que un problema, tenemos un problemazo precisamente porque no somos conscientes de que tenemos un problemazo. A pesar de llevarlo todo el día entre manos, se nos ha ido hace mucho tiempo de las manos. Lupe Ortiz Medina, colaboradora de este periódico, publica en las páginas de esta edición un artículo sobre la imperiosa necesidad que ha surgido en la Consejería de Educación de nuestra región, y por lo tanto también afecta a Yecla, para sacar adelante una normativa que prohíba los móviles en los colegios. Objetivo: atajar el “ciberbulling” y fomentar que los más jóvenes se relacionen cara a cara. “Con frecuencia observamos grupos de adolescentes que ni se miran cuando están juntos y sin embargo se relacionan a todas horas mediante Instagram, Tiktok y otras redes sociales”, nos cuenta Lupe Ortiz en el citado escrito. (Punto y aparte y aparte usted su móvil y siga leyendo).
Tenemos un problema y muy serio porque los adultos no somos precisamente un ejemplo para nuestros hijos en cuanto al uso del móvil pues nos tiene el seso inmovilizado y absorbido hasta tal punto de embobamiento que no nos paramos a pensar con qué facilidad manejan hoy nuestra voluntad y nuestras vidas a través de las huellas que vamos dejando como pisadas de elefante. La versión tecnológica de dame pan y dime tonto. Es como si las ventanas y puertas de nuestra casa las dejáramos siempre abiertas a conciencia para permitir que todo el mundo se cuele en nuestra intimidad durante las 24 horas. Y ese constante embobamiento es aún más grave porque nos mantiene como una lapa pegados al móvil día y noche, viendo estupideces como dos gatitos que se enredan en una madeja, retos absurdos lanzando botellas de agua hasta que caigan boca arriba o una recopilación de personas que bailan borrachas.
Solo prestamos atención a memes, noticias falsas que somos incapaces de distinguir de las verdaderas, majaderías, vídeos picantes o de coña o cartelitos con frases que pretenden contener mensajes filosóficos pero que no pasan de ser meras gilipolleces que nos mantienen distraídos y atontados como una zanahoria a los burros. Y así un día y otro y otro. Los avances tecnológicos y el móvil son un invento colosal, son buenos o malos según el uso que le demos. Justo al revés de cómo tendría que estar ocurriendo. El móvil sin duda se ha convertido en una imprescindible herramienta de trabajo. También tendríamos que entenderlo como un extraordinario canal para comunicarnos y una fuente inagotable de conocimiento para resolvernos las dudas. Pero los móviles nos mantienen más idiotizados, abducidos y desconectados por completo de la realidad y, lo que es peor, de nosotros mismos.