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sábado, 23 noviembre, 2024
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LOS LIBROS QUE NUNCA LEEREMOS

Cuando entro en una librería y ojeo decenas, cientos de libros, me doy de narices con la realidad ante la imposibilidad de poder leerlos todos

Cuando llega cada año el Día del Libro nos asalta la agobiante certeza de que necesitaríamos vivir muchas más vidas para poder leer todo lo que quisiéramos. Tendremos que aguardar a la otra vida eterna para dedicar todo el tiempo del mundo a la lectura, siempre que no vayamos de cabeza al infierno y nos decantemos por otros menesteres más mundanos. Lo mismo me ocurre al entrar a una librería y ojear decenas, cientos, de libros. Me doy de narices con la realidad siendo consciente de la imposibilidad de poder leer todos los que uno quisiera. A no ser, claro está, que nos tocara un premio gordo, una herencia inesperada de un tío que marchó a América o pudiéramos gozar de la jubilación antes de tiempo. No sé si será su caso pero a mí me llama sobremanera la atención la gente que dice sentir tal pasión incontrolada por la lectura que le lleva a tener siempre un libro entre manos (aunque del dicho al hecho sabemos que suele ir un gran trecho). Muy bien por ellos, pero a mí me resulta muy difícil, a veces imposible, ponerme a leer un libro. Y que no entienda nadie, por favor, que pretendo incitar al personal a que eche el freno en el más que saludable hábito de la lectura. Justamente tenemos que animar a todo lo contrario.

Pero uno ya no sabe de dónde sacar tiempo para dedicarlo a los libros. Es tal el cúmulo, o el amontonamiento, que decimos en Yecla, de quehaceres diarios que la vida ya no nos da para más. Y no se trata de que intentemos ser más organizados para sacar tiempo de donde no lo hay sino que no sabemos nunca qué compromiso, deber u ocupación podríamos dejar a un lado para encontrar un hueco que nos permita sumergirnos en un libro. A lo mejor usted es de los míos y piensa también que al día le faltan horas. (Pero muchas, bastantes más horas). Y a las pruebas me remito: tenemos que encontrar tiempo para hacer ejercicio de manera regular para mantener la salud lo más en forma posible.

Escuchar música también tiene que estar entre nuestras aficiones más frecuentes para mantener en calma a la fiera que todos llevamos dentro. Asistir a charlas, exposiciones y actos sociales de toda índole para no aislarnos más de la cuenta y mantenernos en contacto con las gentes y el entorno que nos rodea. Leer la prensa. Y al mismo tiempo dedicar y compartir todas las horas posibles con nuestros más íntimos, que son los únicos que nos escuchan y más pendientes están de nosotros siempre, a las duras y a las más duras. Pasear, distraernos, internet, conciertos, cine, teatro, TV, viajar… Y a la vez cumplir con nuestra jornada laboral sin mirar el reloj hasta llegar a casa para intentar descansar lo justo y necesario antes de que el despertador nos ponga en pie de nuevo. Resumiendo: nos falta tiempo para todo aunque no paremos ni tres minutos que nos vendrían de perlas para dedicarlos a leer. Por eso el Día del Libro más que nada es un toque de atención para quienes lamentablemente somos conscientes de que los libros siguen siendo nuestra asignatura pendiente. Cuestión de prioridades. Ojalá pudiéramos leer, más, bastante más. ¿Pero cuándo, cuándo?

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