Te dicen eso de que “lo importante es que vengan bien”. Obvio. No conozco a ningún abuelo que quiera que su nieto se parezca al vecino de arriba
Se dice, se cuenta y se rumorea, tras los visillos y persianas de los arrabales, que dos que yo me sé van a ser abuelos. Verdad será cuando nadie lo desmiente. Decía mi padre que para ir cumpliendo años no tienes que hacer absolutamente nada. Basta con sentarte a esperar y todo va llegando. Nada más nacer se nos pone en marcha la cuenta atrás y siempre va en hora, ni se adelanta ni se atrasa, y jamás se para aunque nunca le des cuerda. Todo va sucediendo tal y como tiene que suceder y en el momento justo y preciso. No sabemos ni cuándo ni de qué manera pero todo llega, ¡vaya que si llega todo, de principio a fin! La cosa no tiene más ciencia ni más intríngulis. Lo mismo sucede con esto de quedarte con la boca abierta como un pasmarote cuando te dicen que ya vienen de camino los nietos. En este caso vienen dos y por caminos distintos aunque en la misma dirección. Y sin que nosotros hayamos tenido que hacer nada, solo esperar a que los hijos hagan lo que tengan que hacer. Es decir, lo mismo que, por cierto, hicieron nuestros padres, y los padres de nuestros padres, y luego nos tocó hacer a nosotros. Tan real como la vida misma. Los actos, y sobre todo este tipo de actos, tienen consecuencias o, dicho al revés para entendernos, los hijos y los nietos son las consecuencias de nuestros actos. Consecuencias que nos llegan de sopetón y siempre nos pillan desprevenidos porque, como es sabido, los hijos nunca vienen con un manual de instrucciones bajo el brazo (tampoco vienen con un pan bajo el brazo, como mucho vienen con una buena empanada mental que se les va quitando con los años, y empanada siempre de patatas, porque la de tomate me da mucha acidez), y por las mismas tenemos la impresión de que los nietos tampoco van a traer ningún prospecto ni nada que se le parezca. Por eso agradecemos cada consejo que contribuya a que afrontemos este felicísimo trance de la forma más acertada posible.
Bienvenidas las sugerencias y recomendaciones aunque en ocasiones parezcan más aterradoras amenazas y horrendos augurios con los que nos previenen los experimentados amigos-yayos: “los abuelos malcriamos a los nietos”; “si eres abuelo te acuestas ya con una abuela de la misma forma que tu mujer se acuesta ya con un abuelo que para más inri eres tú”. Y, en fin, todos los agradables ánimos con los que entre broma y broma la verdad acojona y asoma, y que suelen acabar con la consabida y consoladora chufla de “pero, nada, nada, lo importante es que vengan bien”. Obvio. No conozco a ningún abuelo que quiera que sus nietos se parezcan al vecino de arriba. (Al menos los primeros nietos, los demás ya los iremos viendo porque no hay dos nietos que sean iguales). Y lo peor de todo, el chasco más grande que nos hemos llevado y en el que nunca habíamos caído: a día de hoy no se ha inventado ningún adjetivo ni palabro para definir la relación abuelo-nieto o nieto-abuelo como existe la relación maternal, paternal, fraternal o filial. A lo mejor ser abuelo es tan complicado que a nadie se le ha ocurrido qué nombre ponerle. Crucemos los dedos. Lo importante es que vengan bien.