El hartazgo por la corrupción ha calado en todos y cada uno de los pueblos y ciudades de nuestro país. Y Yecla no es una excepción
Antonio M. Quintanilla
No es la primera vez que aquí reflexionamos, o al menos lo intentamos, sobre que lo más infame y perverso de la corrupción política no es la propia corrupción política en sí misma, que por supuesto también, sino que después de tantos años de democracia no hayamos aprendido los votantes en general, y nuestros políticos muy en particular, que solamente la unión de todos los partidos, aunque hoy sea para nuestra desgracia una inalcanzable ficción, podría poner fin a tanta putrefacción que descompone nuestra democracia. No caigamos en la trampa de creernos que unos partidos son más o menos corruptos que otros. El filósofo Fernando Sabater lo ha escrito y descrito de manera muy contundente: “La polarización es contar con una jauría de partidarios dispuestos a disculpar lo que hacen los suyos con tal de maldecir a los del bando opuesto”. Hasta que la corrupción no quede totalmente al margen del enfrentamiento partidista (¡y tú más, y tú más!) seguiremos presenciando desmoralizados todos y cada uno de los casos de saqueo y pillaje que vienen manchando a todos los partidos. Repito, a todos. No se salva nadie y quien piense lo contrario que vaya corriendo a Urgencias porque tiene un grave problema de salud democrática. Hoy nos escandalizamos ante casos de corrupción de unas siglas en concreto de la misma forma y manera que antes nos encolerizaron otros idénticos casos de corrupción que se destaparon en otras siglas y antes se descubrieron en otras y antes en otras… Por no hablar del caso Errejón que salpica a varios de los partidos de la nueva hornada y ante el cual se han puesto a silbar contribuyendo a restar aún más y más credibilidad a la casta política, según su propia denominación. Y todo lo que seguiremos conociendo hasta que no se conciencien de que la irresponsabilidad que lleva a la corrupción no tiene colores ni banderas, porque ninguna formación está a salvo de sinvergüenzas y mangantes.
Y lo que es peor: a este paso queda muy poco para que llegue el día en que sean muchos menos los que vayan a votar que los que ya no queramos ni oir hablar de las urnas convencidos de que no tenemos nada que hacer, que es inútil seguir creyendo en nuestros representantes públicos. (Quien no lo vea que se ponga gafas). Por fortuna, hablamos dejando a un lado la cosa de la política municipal, por el momento porque ya no se fía uno ni de su sombra. No obstante nuestros políticos locales podrían arrimar más el hombro dándoles un toque de atención a los altos cargos de sus formaciones, trasladándoles que la desafección ante tanto hartazgo por la corrupción ya ha calado hasta el fondo en todos los pueblos y ciudades del país. Como Yecla, que ni mucho menos es una excepción. Y creo que no exagero. Basta con salir a la calle. Es cierto que no todos los políticos son iguales pero ya cansa y desmoraliza más de lo que podemos soportar que ningún partido reaccione con contundencia tendiendo la mano al adversario político para arrancar de raíz, unidos como una piña, este problemón de una vez. Surja donde surja. Porque volverá a surgir. Y si no al tiempo.