Tendríamos que reflexionar si aprendemos o no de las experiencias vividas porque lamentablemente casi siempre la respuesta es no
Antonio M. Quintanilla
Solemos repetir en multitud de ocasiones que el tiempo pasa volando. Y es cierto. Pero más que sobre la fugacidad del tiempo la cuestión principal sería reflexionar sobre si aprendemos o no de las experiencias vividas. La respuesta lamentablemente casi siempre es no. Si hablamos de la pandemia, de cuyo inicio mañana se cumplen cinco años, la respuesta es un NO con mayúsculas. Como si de un día para otro hubiéramos olvidado todas las penalidades que padecimos. Algunos tendrán la impresión de que sucedió hace mucho tiempo. Los seres humanos, que en ocasiones como aquella nos comportamos como los más inhumanos seres, tendemos a olvidar todo lo malo que nos ocurre sin percatarnos de que aprendemos mucho más de las experiencias nefastas que de las positivas. Otros sin embargo tenemos la impresión de que la pandemia ocurrió antes de ayer y que tanto sufrimiento tenemos que recordarlo siempre por nuestro propio bien. A pesar de todos los muertos que nos dejó el endemoniado Covid aún hay mucha gente convencida de que el coronavirus fue provocado en oscuros laboratorios por poderes fácticos malignos con las perversa intención de reducir el número de habitantes del planeta. (Son los mismos que creen que la tierra es plana y por eso se llama planeta, porque si fuera redonda se llamaría redondeta, si se me permite la sorna en un tema tan grave).
Gente que sigue perjurando que veían aviones sobrevolando nuestras cabezas fumigándonos el virus letal para provocar una nueva solución final. Me ahorro calificativos. Gente que tras el gran drama padecido se continúa vanagloriando de que no se inyectaron ni una sola vacuna, o como mucho una o dos, como si fueran catedráticos honoris causa en Epidemiología y Virología autodiagnosticándose. Siguen confundiendo la dudosa gestión política a la que en muchos casos estuvimos expuestos con la eficacia de las campañas de vacunación que tras angustiosa espera al final llegaron para rescatarnos de la pandemia. Hablo de gente (aunque ya advirtió el celebre torero Rafael el Gallo aquello de que “hay gente pa tó”), que aún niega que gracias a las vacunas empezó a descender el número de fallecidos y los hospitales fueron descongestionándose poco a poco después de meses de vivir en un infierno. A quienes todavía tenga dudas les invito a que consulten a los profesionales de la Sanidad sobre aquellos fatídicos meses a ver si por fin se les aclaran las ideas.
Pregunten a médicos, enfermeras y personal sanitario y les hablarán de los pacientes que murieron bajo sus cuidados y de los compañeros que perdieron luchando contra el Covid cuerpo a cuerpo. Son esos mismos profesionales a los que, cuando en plena pandemia nos temblaban las piernas de tanto miedo que teníamos en el cuerpo, aplaudíamos desde ventanas y balcones con tanta hipocresía como se demostró al acabar la pesadilla y volvieron a ser el blanco de agresiones y maltrato por parte las mismas personas por las que arriesgaron sus vidas. Y todo aquel disparate que nunca olvidaremos parece que ocurrió ayer aunque ya han pasado cinco largos e imborrables años.