Por Eloy Torres Tomás
A mediados del pasado mes de noviembre el Ayuntamiento de Yecla rindió un homenaje, a mi modesto entender más que merecido, a Tomás Ruiz Cánovas. Fui alumno suyo entre 1974 y 1976, en los tres últimos cursos de lo que entonces se llamaba EGB, Enseñanza General Básica, un sistema no se si mejor o peor que el actual, pero seguro que muy diferente porque entonces el país se llamaba igual, España, pero era otro. Don Tomás, que así le conocimos y así le he seguido llamando cuando nos hemos encontrado alguna vez, fue mi maestro de Matemáticas y es justo que reconozca que sentó las bases para que pasara luego por el Instituto y la Universidad sin que se me atragantara esta asignatura. A decir verdad don Tomás nos daba clases de matemáticas… y de álgebra, de geometría, de cálculo … y de la vida, como contaré más adelante.
Es cierto que sus métodos no serían hoy considerados muy pedagógicos, pero en mí surtieron efecto y despertaron mi mente para todo lo que son números y cálculos. Utilizo a conciencia el verbo despertar, porque entre otras cosas en las clases de don Tomás no se podía uno dormir, literalmente, porque te daba un vozarrón que te hacía más efecto que un café doble. Quienes han sido alumnos suyos saben bien de lo que hablo. Pero es que, como ya he dicho antes, el país entonces era diferente, muy diferente del de ahora. Todavía recuerdo un comentario futbolístico que hizo con otro maestro, recordando el partido heroico de la víspera donde la selección española había ganado a la escocesa, incluido un penalti parado por Iribar. Ahora España es la campeona del mundo, pero eso ya lo saben los lectores.
Decía que entonces el país era otro, y no seré yo el que defienda que era mejor. Eso sí, algunas cosas eran más obvias que ahora y don Tomás intentaba transmitirnos una de las importantes: si nos aplicábamos y estudiábamos seríamos algo más dueños de nuestro futuro. No estoy tan seguro que, en el actual mundo gobernado por las finanzas, esta ecuación se cumpla ahora de la misma manera. Yo tuve la suerte de poder estudiar, tuve la suerte de tener unos padres que se mataron a trabajar para dar estudios a sus hijos, pero también tuve la suerte de que en mis estudios se me cruzara don Tomás y algún que otro buen maestro que me dejó también su indeleble huella.
Hablo de don Tomás como maestro cuando hoy creo que se dice profesor. Pero es que a mí me gusta la palabra maestro, porque implica entre otras cosas una vocación que a don Tomás le salía por todos los poros, esos mismos poros por los que sudaba cuando, para nuestra sorpresa, se mezclaba con nosotros en algún recreo a jugar al fútbol, implicándose como si fuera la final de la copa de Europa. El terreno de juego era para él como el aula: siempre se le quedaba pequeña.
Han pasado muchos años desde entonces. Yo pasé después por el instituto, estudié en la Universidad Politécnica de Madrid y, con los años, decidí poner tierra de por medio y me marché a trabajar en la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés). No diré que le debo a él haber llegado hasta aquí, que frase tan rotunda la dejo en manos de un mal guionista de cine, pero si repetiré que él contribuyó de buena manera.
En todos estos años he ido cada vez con menos frecuencia a Yecla, pero eso no ha sido impedimento para que haya podido cruzarme con don Tomás y compartir una conversación que, en una ocasión, nos llevó hasta la represión de los maestros durante la guerra española. Fue cerca de su casa donde nos vimos por casualidad, era cosa de las seis de la tarde y a mí el cuerpo, acostumbrado al horario de mi vida holandesa de entonces, me pedía ya un aperitivo. Pero don Tomás lo que ofrecía era un café con leche en el primer bar que encontramos. Y claro, nos hemos visto de vez en cuando y hemos hablado de muchas cosas, pero yo no he perdido nunca con él la referencia del maestro que siempre fue para mí y el respeto que le debíamos. Acabé tomándome el café con leche, faltaría más.
Ahora soy padre y, antes de ir al trabajo, tengo la suerte de poder acompañar a mi hija al colegio. Leo los periódicos y, con un nuevo gobierno y un nuevo ministro de educación, parece que se avecina otra reforma en el sistema educativo español, que ya no se cuantas van desde mis tiempos de la EGB. Que nadie entienda ninguna nostalgia de un pasado nada envidiable, pero me da miedo cada vez que veo que hay nuevo ministro de Educación, porque pienso que la mayoría de estas reformas se han hecho sin colocar en el centro lo más importante, que son los niños y sus maestros. Creo que desde el primer Gobierno de la II República, en materia educativa no se han dado más que palos de ciego, a lo mejor con buena intención, es posible, pero de los niños nadie habla y de los maestros, de los de verdad, ya nadie se acuerda. Haberlos hay los, pero están aplastados bajo tanta reforma legislativa y tanto recorte. Puede que yo sea un idealista, pero sueño todavía con un mundo donde, para ser buen maestro, no haya que pasar por el esfuerzo descomunal que hacía don Tomás en su trabajo, y al que desgraciadamente parece que se ven empujados de nuevo los maestros. Se dice que los recortes en Educación van a afectar al futuro, pero yo digo que lo que afectan es al presente de los niños que estudian, al de los maestros que les enseñan y al presente de las familias que les educan.
Por eso ahora, treinta y tantos años después de haber sido alumno de don Tomás, me alegré cuando supe del reconocimiento que este ha recibido por parte del Ayuntamiento de Yecla. Por mi parte solo me queda decir una cosa más: gracias maestros, gracias don Tomás.